Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 12 de febrero de 2022

EN EL CIELO NO SE CUMPLÍAN AÑOS

 


Mi madre se marchó poco después de que mi hermano Juan muriera ahogado en la piscina del jardín. Fuimos mi padre y yo los que nos quedamos en aquella casa enorme, con esa piscina vacía que se convirtió en un eterno símbolo de duelo.

     La piscina nunca volvió a conocer los rumores del agua. En otoño se llenó de hojas secas y más tarde fui añadiendo a sus profundidades juguetes que ya no me servían, como esa pelota de goma que se pinchó o el triciclo de mi hermano. No la llenamos de agua sino de ruinas, de objetos inservibles. Sé que a mi padre le molestaba que me sentara en la escalera de metal a la que Juan no había llegado a agarrarse. Pero a mí me gustaba hacerlo. Me quedaba ahí. Con mi uniforme y el abrigo azul, con mi libreta de dibujo en las rodillas. Miraba la piscina embelesada, fascinada por aquel agujero inútil. Cuando llegaba mi padre, corría para dentro de casa con las manos heladas y la nariz roja por el frío.

     Él trabajaba mucho. Supongo que no quería volver a casa porque estaba llena de cosas ridículas como una piscina vacía, fotos de un hijo muerto y una hija que acumulaba desperdicios en un extraño hueco del jardín.

     Mi madre me llamaba de vez en cuando por teléfono. Escuchaba su voz frágil y quebradiza. Hizo como las aves migratorias a las que yo tanto admiraba. Supongo que necesitaba un tiempo.



     Yo iba a la escuela. Me acostumbré a vivir de la compasión que me tenían los demás. Los niños me ofrecían sus bocadillos a la hora del recreo y las maestras me daban chocolatinas a escondidas. Lo notaba: me tenían lástima. Como a un polluelo que se ha quedado solo en el gallinero.

     No tenía amigos. Y sí, respondiendo a la pregunta de aquel despacho de abogados, fui una niña muy solitaria.

     Me invitaban a los cumpleaños porque las madres se apiadaban de mí y de mi pobre padre, aunque no me extrañaría que cualquiera de ellas se hubiera querido ir a la cama con él, como compensación, también, para que no estuviera triste. Qué extraña manía tenemos los seres humanos de querer reparar cosas ajenas.

     A veces echaba de menos a Juan. Había sido un incordio para mí porque era pequeño y, ya se sabe, los hermanos pequeños molestan a las hermanas mayores. Yo tenía seis años cuando desapareció. Él, tres. Recuerdo que en mi séptimo cumpleaños le pregunté a mi padre si él habría cumplido ya cuatro. Me contestó que en el cielo no se cumplían años.

LAURA FERRERO - "Piscinas vacías" - (2016)


Imágenes: Dimas Kusvianto

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.