Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 20 de febrero de 2022

ALQUILO PISOS PILOTO

 


Cinco chavales debajo de una farola. Cinco sordomudos hablando por señas, estaban debajo de la farola porque solo podían verse ahí, no en la oscuridad, donde no habrían podido charlar ni entenderse y no había absolutamente nada ni nadie. Mucho silencio. Las dos de la madrugada. Más fácil todo que comer con las manos.

   Lo reconocí desde la otra punta de la calle. Llevaba los mismos bermudas de tapicería antigua, el reflectante amarillo en la zapatilla derecha, lo había reconocido además por esa forma de caminar de chulo de feria, de guapo gastado, de Sánchez. También sabía que solo podría encontrarlo ahí, en las máquinas expendedoras, que eran el único sitio donde conseguir algo de comer o beber a esa hora de la noche en esa zona de oficinas. Yo lo miraba desde el coche, que había aparcado en la otra acera y donde llevaba un buen rato sentada, con las luces apagadas y los pies sobre el salpicadero, esperando.

   Primero metió una moneda que se tragó la máquina. Metió otra moneda, luego otra más, pero la máquina seguía sin darle nada. Le dio lo mismo. Aún llevaba el pelo grande, rizos, un nido de buitres. A la cuarta moneda la máquina dejó caer una lata. Sánchez apoyó la espalda contra la superficie helada del vidrio, rompió la anilla y los cinco grandes templos mayas del Complejo Azca nos devolvieron el eco en cinco segundos sucesivos.

   Lo llamé:

   —Sánchez.

   Se dio la vuelta. Levanté el brazo para que me viera. Dio un trago largo a la lata mientras me miraba, no hizo ningún gesto hasta que acabó de decidirse y se acercó arrastrando los pies. Parecía cansado, que es lo que se lleva ahora, estar agotado y alerta a la vez. Llevar una vida de hipertenso.



   —Te has maquillado —fue su primer comentario. Esa cara de vuelta de todo.

   —Vengo de una fiesta —dije. Yo seguía sentada al volante, no quería salir si no era necesario—. Unos cafeteros que están de paso.

   —Antes no ibas a fiestas.

   —Me he pintado porque llevo tres días sin dormir —mentí.

   —Tres días sin dormir, dice la tía; y yo cinco, y quince —soltó. Estaba de mal humor, tenía los ojos congestionados y pinta de llevar bastantes días sin darse una ducha—. Un mes. Se me hacen las noches interminables, interminables, Nikki, todo el rato el ruido de la nevera, de la calle, me jode, me siento en la cama, oigo los motores de los coches, los perros, los pasos de las tipas por las esquinas. Oigo arder hasta el filamento de las bombillas.

   —Cómprate un despertador y verás qué rápido te duermes.

   —Como siga así voy a acabar reventando joyerías.

   Bostezó. Dio otro trago a la lata, con el que se enjuagó la boca antes de tragar.

   —¿En qué estás metido ahora?

   No me contestó nada, estrechó los ojos como si estuviera calculando algo muy deprisa. Podría ser elegante, entrar en el mar andando con capa y todo, tenía un dinero por ahí guardado, pero en algún momento de pánico había preferido esta vida de todo en un día, la cosa rápida, los asuntos concretos que siempre salen mal.

   —Alquilo pisos piloto.

   Cómo me gusta Madrid, pensé. Qué buenos somos aprovechando las sobras, lo blanco del filete, los estadios de fútbol, un día nos van a dar un premio internacional al reciclado y ya veremos qué hacemos con él.

ESTHER GARCÍA LLOVET - "Sánchez" - (2019)


Imágenes: Miron Malejki

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