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miércoles, 9 de octubre de 2024

UNA ESPECIE DE SUPERSTICIÓN DESENFRENADA


Ivey Sapp había llegado a casa de Mary-Love hacía unos tres años, cuando tenía dieciséis. Era una chica regordeta, de reluciente piel oscura, y tenía las piernas permanentemente arqueadas de tanto montar la mula de los Sapp alrededor del molino de caña de azúcar, a veces durante doce horas al día. Al final se había cansado de la opresiva monotonía de su existencia en aquella casa, ansiosa de experimentar lo que su madre, Creola, llamaba despectivamente «la vida urbana», y le habían concertado una especie de matrimonio con Bray Sugarwhite, un hombre mucho mayor que ella, pero que la trataba con amabilidad y estaba bien situado en la casa de los Caskey.

   El principal defecto de Ivey (por lo menos a ojos de Mary-Love) era una especie de superstición desenfrenada que le hacía ver demonios en cada árbol, presagios en cada nube y motivos oscuros en cada accidente. Ivey Sapp dormía con amuletos y llevaba un collar con cosas raras colgando. Jamás empezaba a enlatar un viernes, y si veía a alguien abrir un paraguas dentro de casa salía corriendo y no volvía en todo el día. No sacaba las cenizas después de las tres de la tarde para que no hubiera una muerte en la familia. Nunca barría pasado el anochecer, para no echar la buena suerte por la puerta. No limpiaba el día de Año Nuevo para no tener que limpiar un cadáver el año siguiente.



 Su vida estaba llena de prohibiciones y excepciones, y tenía una rima o refrán para cada una de ellas, de tal modo que era raro el día en que hacía todas sus tareas sin rechistar. A veces Mary-Love decía estar convencida de que Ivey se inventaba la mitad de aquellas supersticiones para eludir sus obligaciones, pero la verdad era que muchas de estas no tenían ninguna relación con el trabajo. Así, uno de los hechos más desconcertantes de la vida en la casa de los Caskey era que incluso el gesto más inocente que Ivey veía (o que alguien le comunicaba) podía desencadenar una funesta predicción: «Quien canta antes de comer llora antes de dormir», por ejemplo. Antes de que naciera Miriam, Mary-Love siempre había dicho que se alegraba de que no hubiera niños en la casa, porque Ivey los habría convertido en criaturas lloronas y asustadizas, con todos esos cuentos y advertencias sobre los peligros que aguardaban en el bosque, te espiaban por las ventanas y viajaban como polizones debajo de tu barca.

MICHAEL McDOWELL - "El dique. Blackwater 2" - (1983)


Imágenes: Emma Odumade

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