Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 19 de junio de 2024

UNA MUJER CON CIEN AÑOS DE SUFRIMIENTO A LA ESPALDA


 Una mañana volviendo a casa de la bocatería y la estación de autobuses, pasé por una venta de garaje que tenía la basura de siempre: gorras de béisbol, utensilios de cocina de plástico, ropa de bebé doblada en cubos minúsculos extendida sobre sábanas de flores manchadas. Los únicos libros que vendían en Alna en los mercadillos eran libros de tapa blanda comprados en el supermercado o libros de cocina para microondas. De todas formas, no me gustaba leer mientras estaba en Alna. No tenía paciencia. Aquel día, me llamó la atención una lámpara solar alta de metal gris. En el trozo de cinta adhesiva que tenía pegado en el pie estaba escrito en rojo: tres dólares. No me importaba si funcionaba. Si no funcionaba, intentar arreglarla me llevaría por lo menos una tarde. Valía la pena la molestia.

   —¿A quién le pago? —le dije al grupo de mujeres sentadas en los escalones de la entrada.

   Todas tenían el mismo pelo castaño liso y largo, los mismos ojos entrecerrados, bocas protuberantes y gargantas como de rana. Estaban tan gordas que los pechos les colgaban y les caían sobre las rodillas. Me señalaron a la matriarca, una mujer enorme sentada en un banco de piano a la sombra de un gran roble. Tenía el ojo izquierdo hinchado y cerrado, amoratado, amarillo, negro y azul. Le di el dinero. Su mano era diminuta y regordeta, como la de una muñeca, con las uñas pintadas de rojo fuerte.



 Se metió el billete que le di en el bolsillo de la bata de casa de algodón gastado, se sacó la piruleta de la boca y sonrió, enseñándome —no sin cierta hostilidad— la solitaria hilera de dientes de abajo podridos hasta la raíz, pequeños como dientes de bebé. Tenía probablemente más o menos mi edad, pero parecía una mujer con cien años de sufrimiento a la espalda; sin amor, sin transformaciones, sin alegría, solo comida basura y mala televisión, hombres feos y mezquinos entrando y saliendo de habitaciones sofocantes para aprovecharse de su vientre y de su peso impasible. Me imaginé que alguna de sus obesas retoñas no tardaría en arrebatarle el trono y presidiría el abyecto estado existencial de la familia, el sinsentido personificado de los corazones batientes de aquellas mujeres jóvenes. Se podría pensar que, allí sentadas, rezumando lentas hacia la muerte con cada aliento, todas perderían la cabeza, pero no, eran demasiado estúpidas para perder el juicio. «Puta rica», me imaginé que estaba pensando la madre mientras volvía a meterse de golpe la piruleta en la boca. Arrastré la lámpara calle arriba, pensando en la carne que se extendería a su alrededor cuando se tumbaba en la cama. ¿Qué sentiría, me pregunté, si me dejara caer? Ansiaba llegar a casa, desarrugar la pequeña fortuna que llevaba en el bolsillo. Si funcionaba la lámpara solar, me la llevaría conmigo de vuelta a la ciudad. La luz me calmaría en el invierno y me limpiaría el alma sucia de ciudad cada noche.



   No es que me faltara respeto por la gente de Alna. Simplemente, no quería tratar con ellos. Estaba cansada. Durante el curso, lo único que hacía era enfrentarme a la estupidez y a la ignorancia. Para eso les pagan a los profesores. Cómo terminé estancada enseñándoles Dickens a niños de catorce años es un misterio para mí. Mi plan no había sido nunca trabajar toda mi vida. Tenía la fantasía de que me casaría y de que de pronto encontraría una vocación aparte de la necesidad humillante de ganarme la vida. Arte u obras benéficas, bebés, algo así. Cada vez que los alumnos del último curso me pedían que les firmara los anuarios, escribía «¡Buena suerte!», luego me quedaba mirando al vacío, pensando en todo el sentido común que podría impartir pero no impartía. En la graduación, me tomaba unos cuantos antihistamínicos para calmarme los nervios, miraba flotar los birretes, todos aquellos estúpidos «choca esos cinco». Chocaba unas cuantas manos, me iba a casa y cargaba el coche con ropa de verano con olor a humedad y una caja de agua mineral con gas, y después conducía cinco horas hasta Alna.

OTTESSA MOSHFEGH - "Nostalgia de otro mundo" - (2022)


Imágenes: Olan Ventura

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