Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 9 de junio de 2024

DIOS NO VA AL HIPÓDROMO

 


Veíamos la novela de las ocho, un culebrón infinito, nos besábamos en el parque, dábamos una vuelta.

   —Amor eterno —suspiró Renata—. ¿No es una canción?

   —De Juan Gabriel, insigne filósofo mexicano.

   —¿Cómo pudieron inventar tantos cuentos de una sola canción?

   —Ciento cincuenta capítulos y esa novela nada que se acaba. Mamá no se pierde ni las propagandas.

   —La abuela tampoco. Ya viste que discute con los personajes.

   —Como nosotros cuando vemos fútbol y le mentamos la madre al árbitro.

   —Hay muchos que le gritan a un caballo en una carrera. ¿Cómo puede oírlos un caballo metido en un televisor? Y si los oyera, ¿te imaginas al caballo deteniéndose a analizar lo que le dicen? Pensará que es la voz de Dios y torcerá el pescuezo con la ilusión de verlo.

   —Dios no va al hipódromo.

   —Exacto, Antonio. El pobre caballo creerá que tiene voces en la cabeza y que necesita un siquiatra.

   —Caballo loco no gana carreras.

   —Así es, Antonio.

   —En casa, de ocho a nueve no tenemos mamá. Podrían entrar los ladrones y no se daría cuenta de nada.

   —A menos que se llevaran el televisor. ¿Tú crees que Miguel Fernando se queda con Dolores?

   —Se queda —dije—. Tendrán hijos y serán felices, pero no veremos esos capítulos.



   —¿Significa que la dicha no es rentable?

   —No en la televisión —dije—. Pero la desgracia sí: muertos, terremotos, inundaciones, telenovelas con lágrimas. Como dice doña Jerónima, «para qué sufrimos si van a terminar bien».

   —Dolores es pobre.

   —Vas a ver que no. Es hija del millonario…

   —Julio Adolfo Monteverde.

   —Es hija de ese señor. La va a reconocer en su lecho de muerte y le heredará toda su fortuna.

   —Entonces será digna del amor de Miguel Fernando.

   —En las novelas, el amor es para los ricos y los bonitos.

   —¿Y nosotros qué, Antonio?

   —Tú eres bonita.

   —Pero no soy rica.

   —Riquísima.

   Renata enrojeció.

   —Antonio, descarado.

   Había una casa abandonada. El óxido cubría el candado del portón. Más allá de las rejas crecía el jardín como una selva. En uno de los cuartos dormiría la bella durmiente esperando a que acabaran los cien años y el príncipe atravesara el bosque que espantó a los cobardes.

   —La despertará con su espada desenvainada —dijo Renata, feliz, en mi oreja—. La despertará y entonces la pobre sentirá que se muere otra vez.



   El fuego inmóvil en la cocina, el chorro de agua suspendido en la eternidad y el cocinero dormido con una mano en el pescuezo de la gallina y en la otra el cuchillo. Cien años después la gallina despertaría sólo para morir.

   —Princesa y gallina comparten destino —observó Renata.

   Más de una vez sentimos el impulso de colarnos a la casa. Renata había oído que tocaban un piano.

   —Se oye tan triste —dijo.

   Luego supe que en esa casa había muerto una profesora de francés, enamorada de un alemán que vino a escribir una novela y jamás regresó. Otra versión cambiaba al alemán por un militar que murió en una emboscada. Chismes.

   —Murió de amor —dijo Renata.

   Una noche empujé la puerta entreabierta, seguí por el breve zaguán de baldosas coloradas que terminaba en un patio y desde ahí vi a Renata, acompañada, en la sala. Me detuve en seco, como si me hubiera estrellado contra una lámina de acero. No dije nada. El hombre no me vio. Continuó sentado, ensimismado. No pude ver su cara. Renata abrió la boca como si viese un fantasma, y tampoco dijo nada. Retrocedí hasta la puerta. Al rato, cuando alcanzaba la esquina, oí que Renata me llamaba. Me pareció que Renata me llamaba.

TRIUNFO ARCINIEGAS - "Dulce animal de compañía" - (2019)


Imágenes: Nicolás V. Sánchez

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