Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 24 de diciembre de 2023

SIENTO REPENTINAS GANAS DE MOLESTAR


Tengo muy poca ropa: un jean, una camiseta, zapatillas. Para ser sincera, creo que me robaron las cosas que tenía al llegar al departamento, porque me parece imposible haberme presentado así, en el umbral de la puerta, sin pasado ni proyecto. No intento explicar mi presencia acá. Cuando madame Hernández me molesta con la aspiradora, enciendo la televisión con el volumen al máximo, y miro las telenovelas que despliegan cada día peripecias extravagantes, príncipes y pastoras modernas, seductores cazados a su vez por hábiles simuladoras, y el pasado que vuelve un buen día con otro nombre y otra cara.

   Luego de las telenovelas vienen los juegos que coronan las tardes y apago la televisión para elegir un libro de la biblioteca. Esta está constituida principalmente por tratados de arquitectura naval, pero también por algunos más generales sobre puertos y ciudades. Me paseo por los mapas, recorro caminos imaginarios con el dedo, finalmente elijo una novela. El Inspector tiene unas veinte. El lomo, por lo general intacto, indica que le interesaron poco y calculo que las compra a partir de las recomendaciones de las revistas abandonadas en la sala de estar, con el único propósito de alimentar conversaciones cultas con mujeres bellas como la de la otra noche, que mi presencia bastó para expulsar.

   La falta de dinero acota mis desplazamientos. A veces saco unas monedas de los bolsillos del Inspector, pero me limito a pequeños montos para no meternos en problemas. Intento pasar cada día de la forma más económica, reduciendo mis pensamientos a una cantidad de ideas cada vez menor, viviendo apenas y gracias a ese ejercicio, afortunadamente, no soy una carga para nadie.



   Sin embargo, siento repentinas ganas de molestar. Ayer, por ejemplo, como el Inspector no había vuelto todavía a las 22, entré en su habitación y hurgué de nuevo en los cajones impecablemente ordenados por madame Hernández. Esta vez el último cajón de la cómoda no se me resistió. Encontré ropa de mujer de mundo, conjuntos ondeantes sin etiqueta, así como varios pares de tacos vertiginosos. Pensé que se podía tratar de la ropa de una muerta, una expareja del Inspector que no lograba olvidar, y lo imaginé por la noche, encerrado en su habitación, adorando a la difunta bajo el halo de un velador. Sonreí. Luego me pregunté quién podía ser esa mujer con estilo afectado, embutida en unos conjuntos incómodos como si estuviera posando para una nota en Madame Figaro y obviamente no pensé que conmigo salía ganando, pero me dije Qué alivio.

   En el cajón había también un viejo ejemplar de la obra de Jean Racine, unos lápices y un cuaderno decorado con motivos brillantes. Las páginas estaban llenas de una escritura pequeña y regular pero que no logré descifrar, ya que la letra se había transformado en largos regueros azules por un diluvio de lluvia salada. Me habría gustado preguntarle al Inspector, pero no le iba a confesar que yo había estado revisando su habitación mientras él no estaba, decir Ahora me vas a explicar qué hacen estos disfraces en tu cajón y qué decía en el cuaderno. Le resultaría muy fácil mentir. El Inspector conoce un montón de mentiras, su preferida es la de abrir bien grandes los ojos y decir Vamos, sabes perfectamente de qué estoy hablando puesto que estabas ahí, cuando en realidad él sabe perfectamente que yo no estaba en ningún lugar y que, de seguir así, me voy a enojar. Sí, preferiría dejar el departamento en vez de intentar que me dé explicaciones.

JULIA DECK - "El triángulo de invierno" - (2014)


Imágenes: Mikko Lagerstedt

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