Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 16 de diciembre de 2023

HAY CASAS QUE SON MUCHAS CASAS


Hay casas que son muchas casas, están en esos edificios con patio interior al que miran todas las ventanas. En Buenos Aires he visto un par, en uno de esos vive mi amiga Tamara. Es un lugar elegante y por eso llama la atención la ausencia total de privacidad. Más raro es que todos se ven pero nadie interactúa. Tamara y yo nos sentamos en su sala a tomar el té, por ejemplo, y por la ventana se ven las ventanas de enfrente; nos acercamos un poco más y vemos las de arriba y las de abajo. Todas están llenas, siempre pasa algo. Hay una jovencita que practica el violín cada tarde y hace un ademán tembleque cuando arranca. Hay dos viejas que juegan cartas y comen torta. Hay un chico que estudia acodado en la ventana y Tamara dice que si tuviera quince años más le saltaría encima. Hay una jaula con un pájaro al que una niña alimenta con salchicha. Tamara no sabe los nombres de nadie. Cree que la niña se llama Violeta porque su hijo Pablo la mencionó el otro día: «Violeta es disexual» le dijo. «¿Quién es Violeta?», preguntó Tamara. Él le dijo que la del 4-k. Cada tanto voy a visitar a Tamara; ella fuma y habla de lo de siempre: su divorcio. Yo miro las ventanas de afuera y pienso bobadas, como que esas personas conforman un elenco de actores y, salvo la jovencita del violín, sus partes deben transcurrir en silencio. Siempre caigo en la tentación obvia de imaginar que un día alguien va a salirse del guion y a dañarlo todo. A perturbar esa convivencia acética y silenciosa. A gritar por la ventana: ¡Violeta es disexual!, o alguna otra cosa.



 Pero eso no sucede. Llevan allí más de un siglo: las ventanas, digo; y la idea de que la vida transcurre de adentro para afuera y se enmarca en un solo plano. Tamara, cuando nota mi interés desmedido por su vecindario, me desanima: dice que a la noche cambia el panorama, cambian los personajes, se banaliza la escena. En lugar de la violinista hay un niñito jugando a la play y el violín reposa, semimuerto, detrás del sillón; en la mesa de las viejas hay un florero horroroso; en lo del chico lindo hay también una chica linda que se lo come a besos; en la ventana del pájaro ya no está Violeta, sino sus papás haciendo la sobremesa: él se fuma un puro y ella se toma una copita de oporto. «¿Cómo sabes que es oporto?», le pregunto. Tamara alza los hombros. Y en su ventana, sigue, aparece ella con su eterno cigarrillo y mira el patio vacío, oscuro como un pozo sin fondo. Allí se queda hasta que se hace tarde y todos, uno a uno, van cerrando las cortinas.

MARGARITA GARCÍA ROBAYO - "Orquídeas" - (2013)


Imágenes: Nicholas Bono Kennedy

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