Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 8 de diciembre de 2023

EL CAMPO NO ERA PARA ELLA


Pero ¿quién sería aquel individuo del abrigo elegante que caminaba a zancadas por el sendero como si supiera exactamente adónde dirigirse? Ya nadie entraba por la parte de atrás, por la Entrada de la Señora o comoquiera que se llamase. Por el porte del hombre, corpulento y más bien alto, y su aspecto decidido, como si fuera el dueño del lugar, Helen dedujo, incluso desde aquella distancia, que era un tipo muy seguro de sí mismo. Quizá fuera un pariente; tal vez su difunto suegro tuviera un hermano desaparecido hacía tiempo o un hijo natural del que no había hablado a nadie —lo que a ella no le extrañaría— y que se presentaba para reclamar su parte de la herencia. Se estremeció de emoción al imaginar que todo se trastocaba de arriba abajo, lo que hizo que se sorprendiera de sí misma. Debía de estar aún más harta de lo que suponía. O hasta la coronilla, como decían cuando iba al colegio. «La verdad, chicas, estoy hasta la punta de la coronilla», decía posando en la frente el dorso de una mano lánguida y alzando hacia el techo una mirada atormentada, ya toda una actriz en aquel entonces. Bien, sin duda el forastero del abrigo de color mostaza animaría un poco el cotarro. De todos modos, debía de ser tan solo un vendedor, un ganadero adinerado u otro de esos agentes inmobiliarios intrigantes que se colaban por el sendero de atrás para tender una emboscada a Adam y enredarlo con otro negocio seguro que les costaría un dineral y no reportaría ningún ingreso. Helen se preguntó por qué se había casado y se había dejado arrastrar a aquel sitio agreste. 



El campo no era para ella, nunca lo había sido y jamás lo sería. Las calles y las farolas de las ciudades, el tráfico incesante, el ambiente cálido e intenso de los restaurantes y la penumbra aterciopelada de los bares, el olor del humo de los cigarrillos, el vino y los hombres: había sacrificado todo eso. Había imaginado que, dada la fama del padre, la vida con el hijo estaría llena de emociones, que a todas horas recibirían visitas de otras celebridades y que los reporteros la abordarían para rogarle que les diera alguna exclusiva sobre el viejo. Que quizá su fotografía saliera en los periódicos, como en la época en que ella misma era famosa. Y abrigaba esperanzas.

   Todavía no se había vestido, pues era una de esas mañanas, cada vez más frecuentes, en que se levantaba tarde. Llevaba puesto su pijama de seda de color salmón con mangas demasiado largas y la bata azul descolorido de Adam. Iba descalza. Había estado pintándose las uñas de los pies en su dormitorio y el esmalte aún no se había secado. Sin duda tendría el pelo alborotado. Si se detenía junto a la ventana, que llegaba hasta el suelo, ¿el Hombre del Abrigo la vería al otro lado del cristal, con el reflejo del sol? Podía arrimarse al vidrio, desabrocharse quizá un par de botones y mostrarse así ante él; eso atraería la atención del individuo, sí señor.

JOHN BANVILLE -  " Las singularidades" - (2022)


Imágenes: Glenn Brown

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