Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 26 de diciembre de 2023

LA LETANÍA INDEFINIDA DE LAS SOMBRAS


En la penumbra de la sala del café, el dueño dispone las mesas y las sillas, los ceniceros, los sifones; son las seis de la mañana.

   No tiene necesidad de distinguir bien las cosas, ni siquiera sabe lo que hace. Todavía está dormido. Leyes muy antiguas regulan los pormenores de sus gestos, que por una vez escapan al fluctuar de las intenciones humanas; cada segundo marca un puro movimiento: un paso hacia un lado, la silla a treinta centímetros, tres sacudidas con el trapo; media vuelta a la derecha, dos pasos hacia adelante; cada segundo lleva el compás, perfecto, igual, sin grumos. Treinta y uno. Treinta y dos. Treinta y tres. Treinta y cuatro. Treinta y cinco. Treinta y seis. Treinta y siete. Cada segundo tiene su sitio exacto.

   Desgraciadamente, el tiempo pronto dejará de mandar. Envueltos en su cerco de error y de duda, los acontecimientos de este día, por pequeños que puedan ser, van a empezar su trabajo dentro de breves momentos, minando progresivamente el orden ideal e introduciendo solapadamente, aquí y allá, una inversión, un desequilibrio, una confusión, un recodo, para llevar a cabo lentamente su obra: un día de principios de invierno, sin plan ni dirección, incomprensible y monstruoso.



   Pero es todavía demasiado pronto, la puerta de la calle acaba de abrirse, y el único personaje presente en la escena no ha encontrado aún su propia existencia. Es la hora en que las doce sillas bajan poco a poco de las mesas de mármol artificial, encima de las cuales han pasado la noche. Nada más. Un brazo maquinal vuelve a poner el decorado.

   Cuando todo está listo, se enciende la luz…

   Allí está, de pie, un hombre gordo, el dueño, intentando orientarse entre las mesas y las sillas. Encima del mostrador, el largo espejo donde flota una imagen enferma: el amo, verdoso y con las facciones desencajadas, hepático y grasiento dentro de su acuario.

   Por el otro lado, tras el cristal, una vez más el dueño que se disuelve lentamente en la media luz de la calle. Esta silueta, sin duda, es la que acaba de poner en orden la sala; ya puede desaparecer. En el espejo temblequea, ya casi completamente descompuesto, el reflejo de este fantasma; y más allá cada vez más vacilantes, la letanía indefinida de las sombras: el dueño, el dueño, el dueño… El dueño, nebulosa triste, anegada en su halo.

ALAIN ROBBE-GRILLET - "Las gomas" - (1953)


Imágenes: Oliver Jeffers

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