Ya me esperaba que se marchase el día menos pensado. Nunca lo he olvidado. Nuestra relación se parecía a una tormenta permanente, pero cada remanso justificaba haber atravesado la tempestad. Acabé por darme cuenta de que también me gustaba la tempestad. Él no frecuentaba mucho los ambientes artísticos ni literarios argentinos. Desde luego, algunas veces, cuando no tenía elección, se dejaba ver. Tenía pocos amigos. Admiraba la obra de Borges; pero sus amigos más íntimos eran Gombrowicz y Sabato. Creo que se acostó con todas las mujeres hermosas de la intelligentsia porteña, y con las feas también. Estoy convencida de que se acostó con Victoria Ocampo, pero también con Silvina Ocampo, quizá con las dos hermanas a la vez. Era un ermitaño muy paradójico. No andaba por los lugares donde había que estar. Pero cada vez que aparecía, ejercía como quien no quiere la cosa, sin forzarlo, dando la impresión de que le molestase o le irritase aquel efecto de su presencia del que parecía excusarse con todo su ser, con un encanto espiritual; un encanto no solamente físico, sino espiritual, incluso diría mental si eso significara algo.
Sin embargo, no era muy hablador. No se volvía el centro de atención. No pretendía deslumbrar por su mente y desconfiaba de todos los artificios retóricos, de todas las maneras, de todas las seducciones de la inteligencia. Y, no obstante, seducía. Era un astro negro, pero nadie brillaba más que él. No creo que todo aquello tuviera que ver con la atracción del misterio. No solamente, en todo caso. Esta explicación psicológica sería demasiado simple. Había otra cosa más profunda. Un día oí a una amiga de mi madre decir, mientras lo observaba con deseo y horror: Solo Satán seduce como ese hombre.
MOHAMED MBOUGAR SARR - "La más recóndita memoria de los hombres" - (2022)
Imágenes: Ritchelly Oliveira
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.