Una ligera cuesta de asfalto lleva al pabellón en que me alojo. En lo alto se encuentra el edificio gris de piedra que acoge a las ancianas católicas que padecen demencia senil. Delante tiene un jardincito rodeado de setos. Las viejas pálidas y blancas que otean hacia fuera por las estrechas ventanas tienen dos mil años. No saben ni qué miran, ni lo que están viendo. ¿Piensan acaso en los días felices, cuando posaban para una foto con su prometido apoyadas en un velador presidido por un jarrón de porcelana decorado con angelotes alados; en los días en que su marido era el único hombre de sus vidas y paseaban por el parque con un bastón, en los días en que se hablaban a gritos pero de todas formas sin oírse; en un viaje en barco que hicieron a los puertos del Mediterráneo? Me dan mis medicamentos. Me duermen. Mis amigos vienen a visitarme. Algunos me traen flores y otros, fruta. Ellos luego regresan a la vida de la ciudad. Yo, a la soledad infinita del hospital. Las noches llegan muy pronto a los hospitales. Y no hay forma de que acaben. El sol no termina de salir. La premura del anochecer en los días de invierno hace que la oscuridad tome los pasillos del hospital justo después de mediodía. Comemos platos insípidos. La verdura, la carne, la fruta, todo sabe igual (a nada). Las luces son mortecinas, iluminan tan poco como si fueran velas. Sin ser apacibles como las velas. Me esfuerzo por sumergirme en un sueño profundo. Nada. El sueño tarda en llegar, en permitir que me olvide de mí misma. Me parece recordar cómo caí en el útero materno. ¿Será un efecto de las medicinas? Luego me vence un duermevela como el del útero materno, pasajero, inquieto. Cada noche, mi puerta se abre. Y ahí me enfrento de nuevo al terror. Me arranca del sueño en el que me he refugiado a duras penas.
—¡Déjame tranquila! ¡Me aterras, tengo miedo!
La chica deficiente que duerme en una de las habitaciones al final del pasillo, cubierta de pelo por todas partes, entre ser humano y bestia, que no habla, que no oye, que emite extraños jadeos, vuelve a mi habitación, se acerca a mi cama. Lo hace todas las noches. Se ve que le gusto.
Veo todos los sufrimientos que he vivido a lo largo de cinco años en una película de dos horas. Yo también me esforcé en los hospitales en demostrar a los enfermos cómo hacer para salvarse, en explicarles que era una etapa transitoria. ¿Quiénes escaparon? No lo sé. Ahora yo soy libre. Uso la palabra «libertad» sólo en el sentido de no estar encerrada bajo llave, con cerrojos. Me he encontrado cara a cara con la muerte, pero, mira, ahora soy libre. Salgo del cine en una gran ciudad europea. A Süm y a mí nos acoge el aire sereno, hermoso y templado de septiembre. Los bulevares están iluminados. Comparados con el día están bastante desiertos.
—¿Has alcanzado a comprender lo que ha sufrido tu hermana, aunque sea sólo un poco? Los enfermos, ya lo ves, únicamente pueden curarse llevando una vida cotidiana normal, con su familia, entre gente que no señale sus comportamientos como patológicos. Porque las enfermedades psiquiátricas también son contagiosas. No te las transmiten unos microbios, sino que puede afectarte percibir en lo más hondo la desesperación del otro. Así pues, sálvate si es que tienes fuerzas. Ni medicamentos, ni descargas. La distinción entre salud y enfermedad es tan tenue que puede afligirte sentir de cerca la palidez de un esquizofrénico, su debilidad, su falta de apetito, sus dientes picados, su pérdida de la noción del tiempo desde hace treinta años, oler siquiera el hedor de la esquizofrenia.
—Pero tú sí estabas enferma, lo mejor era que te encerraran con ellos, que te ingresaran. —Es la respuesta que me da, o algo parecido.
No se lo voy a explicar. ¿Qué le voy a hacer si hay gente capaz de ver Alguien voló sobre el nido del cuco como una biografía de Napoleón, o un barco blanco de pasajeros que se acerca al muelle, o la nueva moda de otoño de los escaparates? Creo que no conseguiré dormir hoy. La película me ha arrastrado a un extraño estado de sensibilidad. Me tumbo en mi cómoda cama.
TEZER ÖZLÜ - "Las frías noches de la infancia" - (1980)
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