Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

LA ÚNICA QUE NO SE ENTERABA DE LOS CHISTES


Loo se había pasado la vida yendo de un sitio para otro. Estaba acostumbrada a dejar cosas atrás. Permanecían instalados en una localidad durante seis meses o un año, y un buen día Loo volvía a casa del colegio y su padre tenía la camioneta cargada, y luego viajaban la noche entera, o dos noches, o semanas —‌alojándose en un motel detrás de otro y durmiendo a veces en la trasera, bajo una vieja piel de oso, con el seguro de las puertas echado—. De pequeña, la aventura le resultaba apetecible, pero según pasaban los años se le fue haciendo cada vez más difícil cambiar de colegio, hacer nuevas amistades, ser siempre la única que no se enteraba de los chistes. Empezó a temer los traslados, pero una parte de ella también los deseaba, porque implicaban que podía cesar en sus intentos de adaptación para limitarse a ocupar el lugar que le correspondía: el asiento del pasajero en la camioneta de su padre, lanzada a toda velocidad por la autopista.



  Solo conservaban algunas pertenencias. El padre llevaba las armas y la caja con las cosas del cuarto de baño pertenecientes a Lily, y Loo agarraba los cepillos de dientes y unos cuantos calcetines limpios; un telescopio corto, de mano, que Hawley le había comprado para que mirase las estrellas; y su planisferio: un mapa circular del tamaño de una bandeja, hecho de plástico y cartón, para localizar las constelaciones. Había pertenecido a su madre. Hawley se lo entregó a Loo cuando la niña cumplió seis años. Cada vez que llegaban a un sitio nuevo, Loo esperaba a que oscureciese, giraba la rueda, fijaba la fecha y la hora, y la carta localizaba a Casiopea, Andrómeda, Tauro y Pegaso. Aunque las calles estuviesen demasiado iluminadas y no dejasen ver más que la Osa Mayor o el Cinturón de Orión, era así como Loo empezaba a sentirse en casa, estuviesen donde estuviesen.



  Tras deshacer el equipaje, su padre compraba ropa nueva para ambos y juguetes nuevos para Loo y cualquier otra cosa que les hiciera falta. Había en ello cierta alegría. Y también en volver a forzar el lomo de un libro que Loo ya había leído tres veces. No se despedía de los vecinos al mudarse, ni de sus profesores, aunque se hubieran portado bien con ella. Tampoco les decía adiós a sus amigos, si los tenía, algo que no solía ocurrir.

HANNAH TINTI - "Las doce balas de Samuel Hawley" - (2017)


Imágenes: Pat Perry

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