Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 20 de febrero de 2024

SOY ESCRITOR


Soy escritor y, a mí, los escritores que más me gustan son aquellos que, cuando leo alguno de sus libros, me dan ganas no solo de seguir leyendo: me dan ganas de ponerme a escribir. Porque según lees cada renglón te das cuenta de que allí hay algo hermoso y sin embargo esa hermosura solo te colma un momento, porque en seguida que lo has leído y releído, notas que se diluye y se escapa, y que de todas formas solo ilumina un pequeño rincón, pero el mundo alrededor es oscuro y probablemente sucio, por lo que quisieras tú también ponerle algún remedio, no conformarte con esa diminuta parcela de hermosura, y porque, además, uno siente más nostalgia durante la felicidad que durante la tristeza, porque si estás triste, bueno, quizá preferirías no estarlo, e intentas cambiar las cosas si te alcanza el ánimo, pero si estás feliz puedes llegar a experimentar una emoción intensa, y por mucho que te digas nada ha cambiado y por tanto debería seguir estando igual de feliz, no eres capaz de mantener esa intensidad del éxtasis más que qué, ¿cinco, diez segundos, un minuto, una hora entera? No más, seguro, probablemente menos. Así que tu felicidad te hace consciente de que el resto del tiempo no eres tan feliz, y sobre todo de que la mayor parte de tu vida ha constado de momentos que no fueron así de felices, más bien ha constado sobre todo de momentos en los que no has sentido nada porque estabas ocupado aprendiendo a conducir, comprando un billete de metro o cepillándote los dientes, y te gustaría cambiar las cosas, que hubiesen sido diferentes, remediar cada uno de esos minutos en los que estuviste perdido para el entusiasmo y que, sin embargo, de haberte fijado bien, podrían haber sido, de acuerdo, no todos de éxtasis, porque sería agotador y ninguno pasaríamos de la adolescencia, pero al menos de placidez y con suerte de emoción, pero no, no pudo ser así y es doloroso.



   Y con un libro hermoso sucede que también quisieras que la belleza no fuese tan efímera, y te contratas a ti mismo de peón para seguir edificándola, y te pones a escribir, quieres tú también iluminar, hacer que el corazón de otros se ensanche, pero lo malo es que algunos lo que de verdad sabemos hacer es escribir la fealdad, describirla con pelos y señales, darle carta de ciudadanía en el mundo y decir, mirad, ahí está, eso somos, no os hagáis ilusiones. Así que soy consciente de que yo, de haber nacido ángel y no un niño con orejas de soplillo, habría acabado en el abismo, porque no habría soportado esa visión cegadora de la hermosura perfecta, y habría envidiado a aquellos ángeles capaces de ser partícipes de tanto esplendor, y sin duda les habría manchado las alas de tinta, me habría limpiado los mocos con sus túnicas blanquísimas, hasta que un día —aunque creo que allí no existe el tiempo— Dios hubiese dicho, eh, tú, no quiero volver a verte por aquí. Y yo habría caído con gran estruendo en el infierno, y allí, al menos, habría podido seguir escribiendo sobre el dolor y el estremecimiento y sobre el famoso rechinar de dientes. Porque, y la verdad, me parece una lástima, a mí lo que se me da bien es eso, y las frases bellas tengo que dejárselas a otros, a esos ángeles brillantes incluso cuando están tristes, a los que seguiré envidiando y odiando, aunque sé que en eso consiste precisamente mi condena

JOSÉ OVEJERO - "Mundo extraño" - (2018)


Imágenes: Elias Sime

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