Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 30 de julio de 2022

MALOS TIEMPOS PARA LA ESCRITURA

 


Aquellos fueron malos tiempos para la escritura. Tras la nueva Ortografía de la lengua española —la OLE— en 2010, las cosas nunca volvieron a ser como antes. La población quedó gravemente escindida. Por un lado, con el argumento de «nunca lo hemos hecho así», los negacionistas no aceptaban ningún cambio, como que hubieran perdido su tilde los monosílabos «guion» y «truhan», los pronombres «este» o «ese» y el adverbio «solo». Tampoco querían llamar «ye» a la i griega y muy a regañadientes asumían que los prefijos deben unirse a la palabra base y no circular a sus anchas por los textos. En el bando contrario se encontraban los abolicionistas quienes, puestos a renovar, perseguían eliminar toda norma. «La lengua es del pueblo —argumentaban—, y si el pueblo habla como quiere tendrá también que escribir como le venga en gana. ¡Abajo las reglas ortográficas!». Entre unos y otros alzaban su voz los reglistas, aquellos que apoyaban lo más razonable de cada extremo: no pretendían dejar que el idioma se anquilosara por el peso de la tradición, pero tampoco permitir que un mal uso acabara con la riqueza reglamentada de la lengua. Todos los bandos gritaban sus reivindicaciones por las calles, en las redes sociales o donde les pillara. Incluso las escribían en los muros centenarios y en los azulejos de los aseos públicos. Se sembró el desconcierto, la rebelión y el caos.

Existía tal disparidad de criterios a la hora de escribir y de corregir un texto que se invertía más tiempo en discutir sobre las normas de redacción y ortografía que en sacar adelante el documento. Es más, los de un bando boicoteaban los textos creados por los de los otros bandos incluso dentro del mismo equipo de trabajo. Así, en los medios no se terminaban los reportajes, en los despachos no se cerraban los contratos ni los informes y en los ministerios no se concluía ninguna propuesta, reclamación ni decreto. El país se paralizó debido a la falta de un consenso claro que gobernara la manera de escribir.



Tras un tiempo de encarnizados enfrentamientos y trifulcas se produjo la Primera Revolución Textual. Esta puso fin a la hegemonía de la Real Academia Española y vio nacer el COPO, el Cuerpo Oficial de Protección de la Ortografía, que velaba con eficacia por el buen funcionamiento del idioma escrito. Este fue un hito ortográfico que, si bien no mejoró gran cosa el modo en que la gente charlaba en las redes sociales y en las barras de los bares, sí unificó las normas y, por tanto, influyó en cómo se redactaban los trabajos de fin de carrera, las denuncias policiales, las noticias televisadas y los anticuados powerpoint.

Del COPO dependía el RECOTE, un pequeño departamento de élite diseñado para la revisión y corrección de textos. Sus miembros, conocidos como los recotes, eran funcionarios y funcionarias que habían superado duras pruebas de acceso y habían mantenido un exigente entrenamiento antes de realizar su misión correctora en cualquier rincón del vasto territorio hispanohablante. Trabajaban a pie de texto en todo lugar que requiriese una escritura no solo correcta, que es lo que marcaba la nueva ley, sino sobre todo impecable. Su certificación los convertía en los únicos profesionales cualificados para desempeñar semejante actividad. La superagente Leonor Ibáñez tutelaba la minuciosa tarea de estos trabajadores. De excelente forma física y adiestrado ojo corrector, se mostraba implacable con las faltas de estilo y de ortografía.

Esta es la historia de lo que sucedió durante aquellos duros tiempos en los que hombres y mujeres heroicos, todos amantes de la buena escritura, velaban por mantener el rigor de una ortografía viva y bella que muchos no mostraban reparo en convertir en un basurero plagado de erratas.

CRIS PLANCHUELO - "El increíble caso del apóstrofo infiltrado" - (2021)


Imágenes: Beto Val

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