Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 10 de julio de 2022

LA INFIDELIDAD DENTRO DE LA INFIDELIDAD

 


En una antigüedad no tan remota, aquí mismo, en una capital europea, los niños también se enterraban en el mismo sector del campo santo, como si fueran todos hermanitos o una peste se los hubiera llevado de golpe y pasaran a habitar una especie de miniciudad fantasma dentro de la gran ciudad de los muertos, para que si despertaban en medio de la noche pudieran jugar juntos. Siempre que visito un cementerio intento darme una vuelta por la zona kids, voy leyendo entre sobresaltos y suspiros las despedidas que les dejan las familias en sus mausoleos, y me da por imaginar sus vidas frágiles y sus muertes, causadas la mayor parte de las veces por enfermedades insignificantes. Pienso, delante de este sepulcro infantil no encontrado, si el terror que nos produce hoy la muerte de un niño viene de esa antigua fragilidad, y si no será que hemos olvidado la costumbre de sacrificarlos, la normalidad de perderlos. No he visto nunca tumbas de niños muertos contemporáneos. Quién en su sano juicio llevaría el cadáver de su hijo a un cementerio. Hay que estar loco. A quién se le ocurriría enterrar a un niño, vivo o muerto.

Este niño sin tumba, en cambio, esta tumba sin niño, no solo no tiene hermanos ni compañeros de juegos, es que ahora además está perdido. Si estuviera ahí, me imagino a alguien, que podría ser yo, sucumbiendo al impulso de tomar en brazos a la Momie d’enfant, la guagua huaqueada por Wiener, envuelta en un textil con diseños de serpientes bicéfalas y olas de mar roído por el tiempo, para salir corriendo hacia el muelle, dejar atrás el museo, cruzar hacia la torre, sin ningún plan en concreto, solo alejarnos lo más posible de ahí, pegando algunos tiros al aire.



(...) Al llegar a casa, la casa de mi familia, entre el puñado de cosas que mi papá dejó para mí, me desconcierta encontrar el famoso libro escrito por Charles Wiener. Reconozco sobre el grabado marrón del paisaje cusqueño de la cubierta las letras rojas del título y el nombre del tatarabuelo. También está el teléfono de papá, usado por él solo pocas horas antes, y sus gafas, que descansan sobre el tocho de páginas algo amarillentas y ajadas por los años. Me quedo varios minutos instalada en el vacío que el sencillo testamento de mi padre finge llenar. No cojo su teléfono de instalada en el vacío que el sencillo testamento de mi padre finge llenar. No cojo su teléfono de inmediato, como si tratara de dejar la menor cantidad de huellas posibles en la escena del crimen. Mi padre acaba de morir de cáncer terminal en una cama de hospital. Y ahora, para no zozobrar del todo, intento ubicarme en medio de los islotes dispersos y las fosas insondables de su partida. Dicen que las especies más comunes en las profundidades oceánicas son las bioluminiscentes. Siempre pienso en ello cuando más a oscuras me siento. En criaturas que reaccionan químicamente a la penumbra produciendo luz. Me digo que puedo hacerlo, que soy capaz, que si a un molusco solo le hace falta una enzima y algo de oxígeno para brillar y confundir a los depredadores, por qué yo no podría.



(...) Por fin enciendo el teléfono de mi padre. Quiero saber qué hacía en sus últimas horas o estar con una parte de él que no ha muerto. Estoy segura de que hago algo que a la mayoría le parecerá condenable, pero la violación de la intimidad de un muerto que es tu padre siempre será relativa. Es algo que te debe. La verdad, también relativa de algunas cosas, tratándose de mi padre, es parte de un legado que me pertenece.

No dudo, hago una primera búsqueda con el nombre de la mujer con la que mi padre mantuvo una relación paralela y clandestina de más de treinta años y otra hija fuera del matrimonio. Y el primer correo que salta es uno en el que él le reprocha a ella una infidelidad.

La infidelidad dentro de la infidelidad.

Me pruebo las gafas sucias de papá y por primera vez en mi vida, y aún más fuerte desde que me bajé demasiado tarde de ese avión, siento que a lo mejor tengo que empezar a pensar seriamente en que algo de ese ser fraudulento me pertenece. Y ya no sé si me refiero a mi padre o a Charles.

GABRIELA WIENER - "Huaco retrato" - (2021)


Imágenes: Thierry Ardouin

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