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jueves, 22 de agosto de 2024

ESOS ABISMOS DE PLACER


A veces, en el piso de arriba, Dolça chillaba como un lechón. Gritaba y vociferaba, y a las mujeres les temblaba la espalda de arriba abajo. Pero su madre no se movía. Venían avisadas. Bernadeta las oía en la puerta diciéndose unas a otras, «Que no os toque la Sargantana, porque si os toca la Sargantana, apañadas estáis. Y no la miréis a los ojos. Porque si la miráis a los ojos, verá vuestra muerte». Porque siempre acertaba. Había dicho cómo iban a matar a los del comité revolucionario. Lo había adivinado. Y se había corrido la voz. Y también les había dicho que perderían la guerra y la habían perdido. Y hasta había confesado que, antes de que estallara la guerra, ¡vivía con el demonio! Y aunque al principio esos cuatro hombres no se lo creyeron, ahora había quien se lo creía. Y las mujeres murmuraban que la mocosa esa que chillaba en el piso de arriba era un engendro, fea, peluda, medio cabra, medio niña, porque era hija del cabrón de Biterna. 



Otras incluso aseguraban que los del comité habían encontrado al maligno escondido en la casa, y que se lo habían llevado a Girona para tomarle declaración, y allí había confesado todas las maldades que había hecho como demonio desde tiempos inmemoriales. Y que después lo habían fusilado y le habían cortado los pies, que eran de gallo, y los habían llevado a Barcelona, pero que con el trajín de la guerra se habían perdido. Y antes de entrar exclamaban, «¡No era Satanás, mujer! Era un demonio pequeño, inferior, un mandado, ¡¿qué hubiera pintado Satanás por estos lares?!». Y otra añadía que, cuando tiraron el cadáver sin pies a la cuneta, su cuñada lo había visto y decía que parecía un hombre normal y corriente. Y seguían, «Yo no me creo que mataran al demonio», «Yo no me creo que viviera con el demonio», «Franco es peor que cualquier demonio», «Calla, Enriqueta, haz el favor». Pero no se callaban. Murmuraban que el demonio tenía el miembro como un brazo. Áspero como un rallador. Rojo y morado y con tres puntas como tres horcas, y que por eso Bernadeta las miraba con esa cara de loca, de altiva y de rediviva, de muerta de sed y de condenada. Porque ya no tenía cómo desfogarse de los instintos más bajos, los más profundos, esos abismos de placer que se meten dentro hasta el infierno y que ningún hombre es capaz de satisfacer.

IRENE SOLÀ - "Te di ojos y miraste las tinieblas" - (2023)


Imágenes: Salvador Dalí

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