Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 8 de agosto de 2024

COMO UN DESCENSO EN BATISCAFO


—¿Qué era lo que quería de usted? ¿Por qué había vuelto?

   Beltrán asintió con energía al oír la pregunta. Volvió a sentarse.

   —Qué quería de mí —repitió—. Quería llevarme con él… arrastrarme a cierto lugar bastante oscuro, a gran profundidad.

   —Como un descenso en batiscafo.

   —Exacto —confirmó Beltrán, con una mirada húmeda, brillante, algo afiebrada⁠—. En cierto modo sí… era como bajar al abismo. Exactamente eso… un descenso… ¿Sabe cómo llamaba cierto oceanógrafo que conocí en Panamá a la gran profundidad abisal? La noche hambrienta. Amando quería arrastrarme a la noche hambrienta. Me dijo: «Ahora, un poco más tarde… vamos a ir juntos a ver algo que tengo escondido. Lo guardo para ti. Es una sorpresa». Hablaba con una especie de falsa seriedad. Exagerando el tono. ¿Comprende? Dramatizando… Evidentemente, se burlaba. Incluso a veces afloraba a sus labios alguna sonrisita repugnante que no era capaz de reprimir. Yo tenía ganas de huir, pero sabía que estaba en sus manos. Por varias razones. Por muchas razones. Me tenía atrapado. Y no solo porque pudiera denunciarme… No… Ni tampoco por el pasado. Era cierto… poder de su voz… de sus gestos, de su mera presencia. Un tipo de influencia frente a la que yo no podía hacer nada. Nada en absoluto. Estaba completamente desarmado. No sé cuánto tiempo estuvimos hablando, allí dentro, en el batiscafo.



 Era él quien hablaba sin parar. Me decía cosas extrañas de las que no puedo acordarme. Aunque no había bebido nada en todo el día, empezaba a sentirme como si estuviera muy borracho. Creo que salimos bastante tarde… serían las once, más o menos… en mi coche… por la rampa del garaje. Me guio hasta un lugar del extrarradio. Dejamos la autovía y nos metimos por una carretera secundaria, hacia el oeste, hacia el puerto, no lejos de donde murió Marian, precisamente. Después salimos también de aquella carretera y nos metimos en una pista de tierra que estaba bastante embarrada. Había llovido la noche anterior, me parece… Llegamos a unos almacenes abandonados que hay junto al río. Naves con muros de ladrillo rojo y tejados abovedados. Algunas están destrozadas, casi derruidas. Dejaron de utilizarse hace unos treinta años, cuando desapareció el tráfico fluvial. Antes, allí se almacenaban el algodón, el grano y el carbón que venían del norte. Esto lo sé porque me lo explicó Amando nada más llegar, mientras aparcábamos en una especie de explanada con montículos de escombros por todas partes. Y dentro de las naves apenas quedaba otra cosa que… grandes vigas a la vista, humedad, cristales rotos y cascotes por todos lados. Ni siquiera hay vagabundos que duerman allí. Está demasiado lejos. Nada… ruina y abandono… Nada…

RAFAEL BALANZÁ - "La noche hambrienta" - (2011)


Imágenes: David Shale

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.