Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 30 de agosto de 2024

LAS DOS VERSIONES (EN UNA ESQUINA DEL SUEÑO)


En una esquina del sueño, una mujer encuentra a su marido. Pero dos versiones de su marido.

   A un lado de la esquina está mayor, encamado, el rostro algo hinchado y se adivinan algunos tubos infamando su cuerpo.

   Al otro lado de la esquina está como en la vigilia (quizá algo más joven) y en su versión más alegre: de mediana edad, sano, con ropa deportiva...

   A la mujer se le solicita escoger una de las dos versiones. Sin dudarlo, se decanta por la más "juvenil".

   Pero la figura elegida se enfada con la mujer:

   -Siempre me dijiste que querías verme llegar a anciano, que envejeciéramos juntos... Sin embargo, ahora has abominado de esa versión mía. Si me eliges así como estoy, moriré joven. Sano y alegre, pero joven.

   La mujer despierta llorando y se apresura a tocar a su marido que parece estar inusualmente quieto.

(Publicado originalmente por El Secretario en su desparecido blog "La Zona Libre" algún día de agosto de 2008)


Imágenes: GaHee Park

miércoles, 28 de agosto de 2024

OLIENDO A BICHO AJENO


Al inspector Morales lo había casado en tiempos de la guerra el padre Gaspar García Laviana con una muchacha de David, Panamá, maestra de escuela, enrolada en el Frente Sur como parte de la columna «Victoriano Lorenzo». Su seudónimo era Cándida, pero se llamaba realmente Eterna Viciosa, un nombre que a Lord Dixon le provocaba arcadas de risa. Y al contrario de lo que su nombre de pila indicaba, su relación con el inspector Morales no tuvo nada de eterna. Eterna, que tras el triunfo hacía turnos de locución en Radio Sandino, se fue volviendo desafecta a la revolución, empujada, quizás, por las infidelidades repetidas del inspector Morales al que su impedimento físico no estorbaba para andar de cama en cama. Un día, en venganza de que había vuelto casi al amanecer, rezumando cerveza y oliendo a bicho ajeno, como ella decía, furiosa salió al patio y tiró encima del techo la pierna artificial aprovechando que él ya se había dormido. Los gritos de la discusión en la mañana, él reclamando la pierna, y ella retándolo a que subiera a buscarla, se oyeron en todo el barrio. Nunca tuvieron hijos, y nada legal los unía porque aquél había sido un matrimonio por las armas. Eterna no volvió a Panamá, sino que se fue a Honduras cuando empezaba a organizarse la contra, y apareció de locutora de la radio clandestina 15 de Septiembre.



   Desde entonces el inspector Morales no tenía nada fijo, pero nunca le faltaba compañía. La Fanny le estaba diciendo que tenía chance esa noche. Trabajaba como telefonista de servicio al público en los turnos nocturnos de la planta de Enitel en Villa Fontana, y era así que se habían conocido. Llamó una vez pidiendo un número y le atrajo la voz, que al contrario de las voces de las otras telefonistas no parecía mecánica y urgida, sino insinuante gracias a la ronquera, una voz con ganas, hubiera dicho Lord Dixon, y entablaron conversación. Era casada con un topógrafo del Plantel de Carreteras en el Ministerio de Transporte e Infraestructura, pero las circunstancias de su trabajo le permitían inventar turnos delante del marido cuando no los tenía. La invitó esa vez al cine, y terminaron la misma noche en uno de los moteles de las vecindades de la laguna de Nejapa, en la carretera vieja a León, los primeros que se fundaron en la capital y ya tan pasados de moda y tan decrépitos que sus rótulos de neón brillaban incompletos. Ahora, se veían en la propia casa del inspector Morales; la recogía en los semáforos al lado de Enitel, y allí mismo iba a dejarla antes de las doce de la noche, cuando terminaban habitualmente sus turnos, y el propio marido pasaba a recogerla. Una operación matemática. O en términos de beisbol, de pisa y corre.

SERGIO RAMÍREZ - "El cielo llora por mí" - (2008)


Imágenes:Hu Weiyi

lunes, 26 de agosto de 2024

ERAN HOMBRES QUE ESTABAN SOLOS


Eran nadadores entre las estrellas, sus movimientos lentos, esas coreografías impuestas por la ausencia de gravedad, los convertían en una liturgia, como si estuvieran bendiciendo el aire o tratando de alcanzar algo invisible que se les resistía una y otra vez.

   Habían ido lejos, más que cualquiera de nosotros, y acarreaban la maldición de no poder volver del todo, como si una parte de ellos mismos se hubiera extraviado al regreso y lo que volvía fuera un relieve, una copia defectuosa.

   No recuerdo por qué me enamoré de ellos, a veces pienso que fue por esa lentitud, por esa manera de estar flotando sin estar. O quizás por aquello que intuía, por aquella solemnidad que desprendían encerrados en rígidos trajes blancos, saltando de un montículo a otro. Unos trajes herméticos que los aislaban aún más, bajo cientos de capas que no dejaban intuir la piel, la realidad.



   Los había visto en unas imágenes que resultaban cómicas con el paso de los años, manejando aquel vehículo, el Lunar Roving, sobre el polvo del satélite. Pero en realidad no había paisaje que ver sino una oscuridad total, el firmamento convertido en un manto negro que enmarcaba el polvo duro y gris sobre el que se desplazaba el deslavazado y flamante coche con aquella antena dorada que simulaba un paraguas al revés. Una antena que hacía pensar en una suerte de Mary Poppins a punto de levantarse hacia el cielo, pero en qué dirección si todo era oscuridad.

   Encontré en los astronautas un alivio. La prueba fehaciente de que había otros mundos. Mundos de los que no se terminaba de regresar del todo. Había visto documentales, películas, y existía algo desgarrador en la experiencia de aquellos pioneros que dejaron atrás a Amundsen y a Colón que me desarmaba. Regresaban, en apariencia alegres, confiados, triunfadores. Héroes. Pero había un velo que oscurecía sus semblantes en momentos en los que las cámaras los cogían desprevenidos, como si hubieran visto algo que no pudieran contar, y era eso, la incomunicabilidad, aquello que los encerraba en una escafandra para siempre, lo que me conmovía.



   Después llegaban todos a sus casas, a sus familias añoradas, a sus jardines y piscinas, a ese sueño americano estereotipado hasta el último de sus componentes, pero faltaba algo. Todo cuanto pudieran hacer en la Tierra, cualquier intento de exploración, no pasaría de ser una pura redundancia. Después de haber viajado tan lejos, los posteriores destinos no serían más que sombras de un viaje que ya había terminado.

   Contaron que era más difícil adaptarse a la Tierra que al espacio. Hubo anécdotas cómicas, de cómo, de manera inconsciente, a su regreso, empujaban una mesa para que se desplazara flotando o dejaban un objeto en el aire para que se sostuviera en una estantería invisible. Había que aprender a vivir en la gravedad porque aquí, en la Tierra, las cosas pesaban más.

   De vuelta al mundo, fueron hombres perseguidos por la incapacidad de encontrar un significado, de descifrar aquello tan extraordinario que les había ocurrido. Y en esa búsqueda de sentido, algunos astronautas sufrieron cambios de personalidad no solo debido a la fama, como se quiso transmitir, sino que sintieron la llamada de la religión, del arte, de la defensa del medioambiente. Quizás fuera la epifanía que hallaron en aquellos viajes —no en cuanto a experiencia religiosa, sino como reorganización del pensamiento, un «ver más claro», o ver diferente— lo que les forzó a buscar otras experiencias. En última instancia, los primeros astronautas fueron hombres atrapados en la visión de la claridad, pero hombres que no podían volver ni encontraron las palabras para contar lo que habían visto y sentido.

   Eran hombres que estaban solos.

LAURA FERRERO - "Los astronautas" - (2023)


Imágenes: Karen Jerzyk

sábado, 24 de agosto de 2024

QUERÍA COMERSE MI CORAZÓN


Michelle me dejó para siempre por un hombre llamado John Smith, ¿o debería decir que durante una de las veces en que nos separamos se lio con un hombre y poco después de eso tuvo una racha de mala suerte y se murió? En cualquier caso, ella nunca volvió a mi lado.

   Yo lo conocía, a este John Smith. Una vez trató de venderme un revólver en una fiesta, y más tarde en esa misma fiesta le ordenó a alguien que se callara porque yo estaba cantando con la radio y a él le gustó mi voz. Michelle se fue con él a Kansas City, y una noche que él salió, ella se tragó un montón de pastillas después de dejar una nota a su lado, sobre la almohada, para que él pudiera leerla y rescatarla. Pero esa noche él estaba tan borracho al volver a casa que lo único que hizo fue apoyar su mejilla en la nota que ella había escrito y quedarse dormido. Cuando se despertó a la mañana siguiente mi hermosa Michelle estaba fría y muerta.



   Ella era una mujer, una traidora y una asesina. Hombres y mujeres la deseaban. Pero yo fui el único que podría haberla amado.

   Durante varias semanas después de su muerte, John Smith le confiaba a sus amigos que Michelle lo estaba llamando desde el otro lado de la vida. Lo seducía. Se le aparecía más real que cualquiera de las personas visibles a su alrededor, personas que seguían respirando, personas que se suponía que estaban vivas.

   Cuando, poco tiempo después de eso, supe que John Smith había muerto, no me sorprendí demasiado.

   Una vez que estábamos discutiendo, el día de mi vigésimo cuarto cumpleaños, ella salió de la cocina y volvió con un revólver y me disparó cinco veces desde el otro lado de la mesa. Pero erró el tiro. No era mi vida lo que ella quería. Era algo más. Quería comerse mi corazón y perderse en el desierto acompañada solo por lo que había hecho, quería caer de rodillas y dar a luz aquello, quería lastimarme como solo un niño puede ser lastimado por su madre.

DENIS JOHNSON - "Hijo de Jesús" - (1992)


Imágenes: Gigi Chen
   

jueves, 22 de agosto de 2024

ESOS ABISMOS DE PLACER


A veces, en el piso de arriba, Dolça chillaba como un lechón. Gritaba y vociferaba, y a las mujeres les temblaba la espalda de arriba abajo. Pero su madre no se movía. Venían avisadas. Bernadeta las oía en la puerta diciéndose unas a otras, «Que no os toque la Sargantana, porque si os toca la Sargantana, apañadas estáis. Y no la miréis a los ojos. Porque si la miráis a los ojos, verá vuestra muerte». Porque siempre acertaba. Había dicho cómo iban a matar a los del comité revolucionario. Lo había adivinado. Y se había corrido la voz. Y también les había dicho que perderían la guerra y la habían perdido. Y hasta había confesado que, antes de que estallara la guerra, ¡vivía con el demonio! Y aunque al principio esos cuatro hombres no se lo creyeron, ahora había quien se lo creía. Y las mujeres murmuraban que la mocosa esa que chillaba en el piso de arriba era un engendro, fea, peluda, medio cabra, medio niña, porque era hija del cabrón de Biterna. 



Otras incluso aseguraban que los del comité habían encontrado al maligno escondido en la casa, y que se lo habían llevado a Girona para tomarle declaración, y allí había confesado todas las maldades que había hecho como demonio desde tiempos inmemoriales. Y que después lo habían fusilado y le habían cortado los pies, que eran de gallo, y los habían llevado a Barcelona, pero que con el trajín de la guerra se habían perdido. Y antes de entrar exclamaban, «¡No era Satanás, mujer! Era un demonio pequeño, inferior, un mandado, ¡¿qué hubiera pintado Satanás por estos lares?!». Y otra añadía que, cuando tiraron el cadáver sin pies a la cuneta, su cuñada lo había visto y decía que parecía un hombre normal y corriente. Y seguían, «Yo no me creo que mataran al demonio», «Yo no me creo que viviera con el demonio», «Franco es peor que cualquier demonio», «Calla, Enriqueta, haz el favor». Pero no se callaban. Murmuraban que el demonio tenía el miembro como un brazo. Áspero como un rallador. Rojo y morado y con tres puntas como tres horcas, y que por eso Bernadeta las miraba con esa cara de loca, de altiva y de rediviva, de muerta de sed y de condenada. Porque ya no tenía cómo desfogarse de los instintos más bajos, los más profundos, esos abismos de placer que se meten dentro hasta el infierno y que ningún hombre es capaz de satisfacer.

IRENE SOLÀ - "Te di ojos y miraste las tinieblas" - (2023)


Imágenes: Salvador Dalí

martes, 20 de agosto de 2024

UNA COLECCIÓN DE TIPOS CON LEOTARDOS Y CACHIPORRAS


Joseph se asomó por la ventana de su cocina buscando un poco de aire que no oliera a café quemado y grasa. Como cada mañana, medio enterrado entre plantas, bicicletas destripadas y sábanas que la humedad no dejaría secarse, distinguió en el patio al vecino del bajo haciendo pesas con su pitbull a los pies del banco.

   De otro piso de la corrala le llegó el sonido de unas risas infantiles, y de un tercero, los ecos de una pelea de pareja. Se rascó la cabeza, despeinada por la almohada, abrió el grifo y llenó un vaso de agua. Se sentó a la mesa cubierta con un hule de cuadros rojos y azules y abrió las dos cajetillas de cartas que tenía al alcance de la mano. Cuando estaba en casa, siempre jugaba al solitario Klondike. Si la pulsión le sorprendía fuera y únicamente conseguía una baraja, recurría al solitario tradicional. Odiaba el solitario escalera, el golf y el spider, toleraba a medias el forty thieves y, con algo más de entusiasmo, el freecell. En lo que se mostraba inflexible era en las barajas.



 La inglesa y su hermana mayor, la baraja francesa, lo convencían por igual, pero no le veía sentido a jugar con una española. Sostener en la mano una colección de tipos con leotardos y cachiporras de las que crecían hojas estropeaba esa ficción que necesitaba vivir por un simple segundo: la ilusión de sentarse de nuevo a una mesa de póker, extender los dedos y tocar el borde de un vaso. También evitaba los ordenadores y los teléfonos, pero por la razón opuesta: jugar con una máquina le resultaba demasiado parecido a sentarse frente a alguien en una partida real. En parte por ese motivo y en parte por otras manías, en su casa no había ordenadores y su teléfono era de prepago, con acceso limitado a internet. Joseph había aprendido a no confiar en sus impulsos, y no porque el juego fuera un problema en sí mismo. Siempre se había considerado un jugador demasiado incompetente como para caer en la adicción, pero un día había descubierto que su cerebro funcionaba como un queso emmental, perforado por túneles que se comunicaban entre sí de forma caprichosa, y nunca en beneficio de su propietario. Así, la experiencia le había mostrado que existía un conducto en su cabeza que comunicaba la emoción de las apuestas con ciertos placeres peligrosos. Especialmente, con el baile de los cubitos dentro del cristal, el olor a malta y los brillos del vaso bajo la luz opalina necesaria para disfrutar de una buena partida; y que, a través de ese conducto del licor, se llegaba a territorios aún más oscuros de los que prefería no volver a tener noticia. Por eso, Joseph había comprendido que, para tenerse a sí mismo bajo control, necesitaba renunciar a muchas cosas sin las que antes pensaba que no sabría vivir, como el tabaco, las cartas o el alcohol. Nada que aportase demasiadas emociones era bienvenido en aquel tiempo y aquel lugar.

JERÓNIMO ANDREU - "En el vientre de la roca" - (2018)


Imágenes: Karina Eibatova

domingo, 18 de agosto de 2024

NO HABÍA HOMBRE QUE LA AGUANTASE


En ese momento sonó el teléfono y todo cambió. «Las desgracias suelen llegar todas al mismo tiempo», me decía mi abuela, que sabía muy bien lo que eran las desgracias. Llamaba Vaska, la hermana de Guencho, para comunicarle que su madre acababa de fallecer a consecuencia de un infarto. Guencho empezó a sollozar como un niño pequeño. Se encerró en el dormitorio y estuvo llorando allí durante una hora. Después salió de casa y no volvió hasta el día siguiente.



   La semana después del entierro no dejó de hablar de ella. De que había sido una mártir después de quedar viuda. De que había criado a sus hijos con honradez y dignidad. De su profesionalidad como maestra de Historia en la escuela primaria. De sus amplísimos conocimientos de esa materia, y de cómo ella le había enseñado la verdad histórica sobre Macedonia y sobre nuestro origen. De lo extraordinaria que había sido como ama de casa. Pero no dijo ni una palabra de que, por ejemplo, en una ocasión su madre nos había calificado a mi hermano y a mí de muertos de hambre. También se le olvidó mencionar que, cuando yo estaba embarazada de Neno, ella me decía que nunca sería capaz de engendrar a un hijo varón. O que había decidido traspasar a Vaska la propiedad de la casa de campo, mientras que a nosotros solo nos había comprado una lavadora. O que nunca nos invitó a los dos a comer después de mi parto, sino que llamaba solo a Guencho para que la visitara los sábados. O que, cuando estaba haciendo reformas en su piso y pasó dos semanas en nuestra casa, un día me pidió que le lavara los pies.



   Vaska, su favorita, era la que en realidad se parecía a ella, la que llevaba sus genes. Era egoísta e impertinente, todo lo que había conseguido en la vida fue gracias a su cara bonita y a sus fingidos modales aristocráticos. Aparte de eso, estaba completamente vacía por dentro y tenía una enorme maldad en la mirada. Precisamente esa maldad le brillaba en los ojos cuando se sentó con Guencho a la mesa del comedor para hablar de la herencia. Me senté con ellos para apoyar a mi marido, porque me olía que iba a pasar algo feo. Y, además, quería fastidiarla. Vaska no contaba con el apoyo de nadie, porque estaba divorciada: no había hombre que la aguantase.

RUMENA BUZAROVSKA - "Mi marido" - (2014)


Imágenes: Nicole Eisenman

viernes, 16 de agosto de 2024

TAQUILLA INVERSA


Los pies de los músicos se movían como marcas de agua por el suelo del escenario. Aquella noche actuarían a taquilla inversa y el Hit Pub estaba bastante lleno. No es que importara el dinero, era más una cuestión de respeto, repetía como un mantra Jim a Polidori, como si éste tuviera que llevar un libro de frases definitivas de la gira. La taquilla inversa significa que cuando estuviera bien avanzada la actuación se pasaría el sombrero. No quedó claro si quien debía hacerlo era Polidori o alguien de detrás de la barra, pero la cuestión es que no lo hizo nadie. Acabado el concierto, el dueño del Hit Pub se sintió mal por la situación y les pagó con algo de dinero de debajo de la caja y con una bolsa de maría. La actuación había estado bien, pero todos tenían ganas de acabar para recoger sus cosas y acudir al edificio que tenían ocupado unos amigos de Diego y tocar allí.



   Con la camper y los instrumentos y la bolsa de maría, en veinte minutos ya estaban fuera de Vinaròs. En la okupa el alcohol era previsiblemente malo, la gente simpática, muy joven o ya muy vieja, más que vieja, gastada, toda con tatuajes y las consignas en camisetas y zamarras como borradas en una pizarra. Una parte de Kasa Tomada no tenía techo y parecía un pesebre sin vaca, burro ni Niño Jesús. Probablemente se trataba de una vieja planta de oficinas y si mirabas al suelo veías trozos de azulejo, como en las barracas o los palacios venecianos. Se anunciaban talleres de casi cualquier cosa en carteles con pintura roja, negra y lila y una serie de combates de boxeo no profesional para un domingo, y al fondo, bajo techo, había algo parecido a un escenario donde unos locos gritaban no se sabía muy bien qué contra los poderes ocultos y el ejército y Dios y vuelta a empezar. El cuarto de hora que tardaron aquellos cuatro chicos que les precedían con su actuación, los ocuparon Jim y el resto en beberse unas cuantas cervezas convenientemente frías y colocar la bolsa de marihuana sobre la barra con la esperanza de encontrar a alguien con un síndrome aún desconocido y maravilloso de querer liar porros convulsivamente. Jim recordó que los Beatles llegaron a tener gente a sueldo cuya única función era liarles canutos. A nadie le pareció aquello un despilfarro. Uno de los chavales que estaban en la conversación preguntó quiénes eran los Beatles. Nadie contestó, aunque todos lo habían escuchado, pero seguramente todos pensaron que era un capullo porque hay cosas que se saben y ya.



   Llegado el momento subieron al escenario y enchufaron los instrumentos. La noche era fabulosa. Uno de los amigos de Diego propuso también hacer allí lo de taquilla inversa, pero todos estuvieron de acuerdo en tocar gratis. «Siempre se toca gratis», dijo alguien.

   Oh, por supuesto.

   Claro que sí.

   «La Vieja Izquierda Franciscana de los cojones», pensó Jim, y algo parecido, Polidori.

   «¿Subís ya?», la voz aniñada de quien más o menos trataba de mantener horarios y turnos en aquel lugar sacó a todos del limbo. Jim y Eileen iban ya camino del escenario y Cowboy algo más rezagado junto a Diego. «¿Es vuestra esta maría?», preguntaron a Polidori y éste dijo que sí, haciéndose cargo del botín y pasándose el resto de la noche repartiendo felicidad. «¿Necesitáis algo más?» Les quedaba decidir qué iban a tocar pero, sin haberlo comentado, era evidente que se guardaban 1985 para campings y garitos. No tocaron 1985 en Señor Pollo y tampoco lo harían allí.



Arriba del escenario, Jim trataba de entenderse con un amplificador de guitarra que iba a tener que hacer de caja de resonancia de su bajo. Diego sonreía debajo de sus ojos ya enrojecidos. Eileen y Cowboy, detrás de sendos micrófonos crepitantes, con las guitarras colgadas, se miraban entre ellos, palpándose algo parecido a la alegría. Ella quizá recordara cuando estuvo viviendo en okupas, al poco de estar en España, a veces con Jim pero no siempre. Cowboy es probable que sólo anduviera pensando en que era maravilloso volver a sentirse joven y vivo, vivo y a punto de tocar con sus amigos la música que seguía amando casi como el primer día en esa burbuja de noche de verano.

CARLOS ZANÓN - "Love song" - (2022)


Imágenes: Alex Gamsu Jenkins & Joe Taylor

miércoles, 14 de agosto de 2024

EL ESTIÉRCOL DEL DIABLO


El cielo sangraba torrentes de agua aquella tarde infausta cuando un amigo de mi madre llamado Héctor Sanabria vino a verla para ofrecerle la posibilidad de una concesión petrolera. Corría el año 1921. Seis meses antes, en agosto, me había bajado la primera regla, instalando en mi mentalidad aún infantil la consciencia de mi cuerpo. Para el día de la visita, ya estaba acostumbrada al desasosiego que acompaña el avance hacia la madurez de una mujer, en mi caso agudizado por las ideas artificiosas impuestas por la crianza conservadora de mi familia. La humedad lluviosa de esa tarde impregnaba mi espíritu con un nuevo temor, opresivo aunque difuso y sin causa aparente. Era como si intuyera, sin saberlo, que algo grave estaba a punto de ocurrir. Y la causa sería ese señor, quien además de amigo de mi madre era un hombre que traía noticias del mundo exterior al hogar recogido donde estábamos ella, la criada y yo. Al final de su visita, lo familiar se habría convertido de forma irremediable en algo siniestro.

   En el país vivíamos al borde del hallazgo definitivo de una enorme mina de oro negro escondida en las entrañas de la tierra, esperando la irrupción de la modernidad, pero detenidos en los tiempos de la Colonia por la mano enguantada del general Juan Vicente Gómez. Todos querían hacer negocios con los permisos para la explotación de aquella fortuna. A diferencia de Estados Unidos, donde la gente era dueña de todas las capas de la tierra que compraba —quienes podían adquirir parcelas, por supuesto, que tampoco eran muchos—, nosotros lo éramos solo del suelo, el Estado lo era de su parte más subterránea.



   ¡Y cómo capitalizaba sus dominios el Gobierno! Habitábamos un país paupérrimo, incapacitado para asumir los gastos de la industria, que necesitaba multimillonarias inversiones iniciales, las cuales ni siquiera podían costear nuestros más ricos prohombres o grandes empresarios. Pero eso no prevenía a unos ni a otros de enriquecerse a costa de la nueva economía. El general Gómez y su gente repartían esos permisos entre sus leales, quienes, después de cobrar ingentes sumas de dinero, los traspasaban a las compañías extranjeras, mejor capacitadas para sacarles provecho. A costa de los yanquis se llenaba los bolsillos la burguesía emergente, que, leal al amo que le ponía la comida, se solidificaba alrededor del aparato de poder nacional, sin importar cuánta arbitrariedad o violencia se necesitara para mantener esa estructura. Mientras, el hambre, la enfermedad y el sufrimiento andaban campantes por nuestras calles, la mayoría aún de tierra.

El petróleo siempre me pareció una fuente sospechosa de energía. Dos años antes, en el Mercado de San Jacinto, un fascinador me mostró una botella gruesa de vidrio rellena con un líquido viscoso y negro. La movía de un lado para otro y, en su interior, una burbuja gruesa y lustrosa se arrastraba con trabajo. Quitó la tapa de corcho y me la acercó. Un tufo fósil me picó en los ojos. Era petróleo. El estiércol del diablo. El tema en la boca de todos. Con una arcada me aparté y por largo rato tuve ese menjurje maloliente metido dentro de la nariz. ¿Cómo podía esa pócima nauseabunda servir de energía al mundo? Los yanquis lo usaban para echar a andar sus automóviles, mover cada engranaje de sus máquinas y engrasar los pistones de sus guerras. En las fotos grises, movidas y borrosas que me mostraban los amigos de papá, yo veía las torres de metal penetrar la tierra, como enormes colmillos hincados en el suelo del país, sorbiendo su sangre negra y viscosa. Al lado de esas estructuras monumentales, el ganado, los árboles y las personas que las hacían funcionar se veían diminutos.

MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ - "Malasangre" - (2020)


Imágenes: Mandy Barker

lunes, 12 de agosto de 2024

SOLO FALTA TU NOMBRE


Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de té que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. Tú releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recámara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta que las letras más negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso, sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay teléfono.

   Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tomado la delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina. Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten.



  Tienes que prepararte. El autobús se acerca y tú estás observando las puntas de tus zapatos negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puño y alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes.

   Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el desayuno y abras el periódico. Al llegar a la página de anuncios, allí estarán, otra vez, esas letras destacadas: historiador joven. Nadie acudió ayer. Leerás el anuncio. Te detendrás en el último renglón: cuatro mil pesos.

   Te sorprenderá imaginar que alguien vive en la calle de Donceles. Siempre has creído que en el viejo centro de la ciudad no vive nadie. Caminas con lentitud, tratando de distinguir el número 815 en este conglomerado de viejos palacios coloniales convertidos en talleres de reparación, relojerías, tiendas de zapatos y expendios de aguas frescas.

CARLOS FUENTES - "Aura" - (1962)


Imágenes: Erik Kwakkel

sábado, 10 de agosto de 2024

NI QUE FUERA UNA ADOLESCENTE PELIGROSA


La cena que había preparado mi mujer consistía en hojas de lechuga y pasta de soja, una sopa clara de algas que no tenía carne ni almejas y kimchi. Eso era todo.

   —¿Pero entonces has tirado toda la carne que había en el frigorífico por ese estúpido sueño? ¿Cuánto valía lo que tiraste?

   Me levanté de la mesa y abrí la puerta del congelador. Estaba vacío. Solo había cereales tostados, pimiento rojo en polvo, guindillas congeladas y una bolsa de ajo picado.

   —Hazme aunque sea un huevo frito. Estoy realmente agotado. Casi ni he almorzado.

   —También tiré los huevos.

   —¿Qué?

   —Tampoco nos volverán a traer leche.

   —¡Joder! ¿Pretendes que yo no coma carne?

   —No podía dejar todo eso en el frigorífico. No lo soportaba.

   ¿Cómo podía ser tan egoísta? Me quedé mirándola fijamente. Ella había bajado los ojos, pero se veía más serena que nunca. No me esperaba aquello. No me imaginaba que pudiera ser tan egoísta y que hiciera lo que le viniera en gana. No sabía que era tan irracional.

   —¿Quieres decir que a partir de ahora no comeremos carne en esta casa?



   —Tú, en general, solo desayunas en casa. Seguro que comerás carne en la comida y en la cena. No te morirás por no comer carne por la mañana —respondió con parsimonia, como si su decisión fuera lógica y apropiada.

   —De acuerdo. En mi caso, vale, pero, ¿y tú? ¿No vas a comer carne de ahora en adelante? —Ella respondió asintiendo con la cabeza—. ¿Ah, sí? ¿Hasta cuándo?

   —Hasta cuando sea.

   No supe qué más decirle. Sabía, de haberlo leído y escuchado, que estaba de moda ser vegetariano en estos días. La gente se hacía vegetariana para tener una vida más sana, para cambiar su metabolismo y dejar de sufrir alergias y piel atópica, o simplemente para cuidar el medio ambiente. Los monjes budistas que hacían vida retirada también eran vegetarianos, pero lo eran por una buena causa: evitar hacer daño a los seres vivos. ¿A qué venía esa extravagancia de mi mujer? Ni que fuera una adolescente caprichosa. No necesitaba bajar de peso ni tenía que curarse ninguna enfermedad, pero había cambiado sus hábitos de alimentación por una simple pesadilla. ¡Ni que estuviera poseída por un demonio! ¿Cómo podía ser tan tozuda e ignorar de aquella manera la oposición de su marido?

HAN KANG - "La vegetariana" - (2007)


Imágenes: Kevin Parry

jueves, 8 de agosto de 2024

COMO UN DESCENSO EN BATISCAFO


—¿Qué era lo que quería de usted? ¿Por qué había vuelto?

   Beltrán asintió con energía al oír la pregunta. Volvió a sentarse.

   —Qué quería de mí —repitió—. Quería llevarme con él… arrastrarme a cierto lugar bastante oscuro, a gran profundidad.

   —Como un descenso en batiscafo.

   —Exacto —confirmó Beltrán, con una mirada húmeda, brillante, algo afiebrada⁠—. En cierto modo sí… era como bajar al abismo. Exactamente eso… un descenso… ¿Sabe cómo llamaba cierto oceanógrafo que conocí en Panamá a la gran profundidad abisal? La noche hambrienta. Amando quería arrastrarme a la noche hambrienta. Me dijo: «Ahora, un poco más tarde… vamos a ir juntos a ver algo que tengo escondido. Lo guardo para ti. Es una sorpresa». Hablaba con una especie de falsa seriedad. Exagerando el tono. ¿Comprende? Dramatizando… Evidentemente, se burlaba. Incluso a veces afloraba a sus labios alguna sonrisita repugnante que no era capaz de reprimir. Yo tenía ganas de huir, pero sabía que estaba en sus manos. Por varias razones. Por muchas razones. Me tenía atrapado. Y no solo porque pudiera denunciarme… No… Ni tampoco por el pasado. Era cierto… poder de su voz… de sus gestos, de su mera presencia. Un tipo de influencia frente a la que yo no podía hacer nada. Nada en absoluto. Estaba completamente desarmado. No sé cuánto tiempo estuvimos hablando, allí dentro, en el batiscafo.



 Era él quien hablaba sin parar. Me decía cosas extrañas de las que no puedo acordarme. Aunque no había bebido nada en todo el día, empezaba a sentirme como si estuviera muy borracho. Creo que salimos bastante tarde… serían las once, más o menos… en mi coche… por la rampa del garaje. Me guio hasta un lugar del extrarradio. Dejamos la autovía y nos metimos por una carretera secundaria, hacia el oeste, hacia el puerto, no lejos de donde murió Marian, precisamente. Después salimos también de aquella carretera y nos metimos en una pista de tierra que estaba bastante embarrada. Había llovido la noche anterior, me parece… Llegamos a unos almacenes abandonados que hay junto al río. Naves con muros de ladrillo rojo y tejados abovedados. Algunas están destrozadas, casi derruidas. Dejaron de utilizarse hace unos treinta años, cuando desapareció el tráfico fluvial. Antes, allí se almacenaban el algodón, el grano y el carbón que venían del norte. Esto lo sé porque me lo explicó Amando nada más llegar, mientras aparcábamos en una especie de explanada con montículos de escombros por todas partes. Y dentro de las naves apenas quedaba otra cosa que… grandes vigas a la vista, humedad, cristales rotos y cascotes por todos lados. Ni siquiera hay vagabundos que duerman allí. Está demasiado lejos. Nada… ruina y abandono… Nada…

RAFAEL BALANZÁ - "La noche hambrienta" - (2011)


Imágenes: David Shale

martes, 6 de agosto de 2024

COMO UN ANIMAL SALIDO DE SU AGUJERO


Tras echar una última ojeada a la rue Varenne, a la casa en que vivía Sylvie y a las contiguas, Dario se alejó lentamente. Hasta entonces había imaginado sin cesar las hermosas habitaciones cerradas y cálidas, con las lámparas encendidas y los niños jugando sobre mullidas alfombras. Ahora, por primera vez, las había visto con sus propios ojos.

   Mientras andaba, a través de los postigos entreabiertos miraba con envidia las porterías, las trastiendas, los talleres de los artesanos. ¡Qué felices eran todos!

   «Pero usted lleva en Francia mucho tiempo… —solían decirle—. ¡Casi es uno de nosotros!».

   Para él, ese «casi» resumía un mundo de sentimientos inexplicables, de amargas experiencias. No tenía amigos, aliados ni parientes. Nada le proporcionaba la sensación de que tenía derecho a estar allí. Sin poder evitarlo, se veía como un animal salido de su agujero que barrunta el peligro en todas partes y aguza uñas y dientes, sabiendo que sólo puede esperar servirse de éstos.


                                                         IRÈNE NÉMIROVSKI - "El maestro de almas" - (1939)

 

Imágenes: Valerie Hammond

domingo, 4 de agosto de 2024

ALGÚN CONCURSO DE ESOS


¿Han visto ustedes alguna vez un telediario los domingos por las mañanas? ¿No? Claro, es lógico. Quién se va a levantar a esas horas (antes de las 8 a.m.), sino yo, un impenitente "
insomníaco"... Bueno, también los niños hiperactivos que ven los frenéticos dibujos animados que ponen a esas horas.

Pues hay un detalle que no se me ha escapado: NUNCA ES LA MISMA PRESENTADORA. Sin aplicarse demasiado en la observación, se aprecia que todas adolecen de algún pequeño defecto físico: demasiado delgada, ojos excesivamente asimétricos, alguna antiestética arruga, o algo subiditas de edad.

También en el aspecto técnico presentan deficiencias: un excesivo seseo demasiado forzado, un deje de alguna extrema comunidad nacional, lágrima fácil, fallos de entonación y ritmo..., seguramente producidos por el nerviosismo: saben que sólo tienen una oportunidad y, el pánico les puede...

Además, he notado que, ese día, los textos son más intrincados; aparecen combinaciones de palabras extremadamente complicadas de pronunciar que, después, he visto suavizadas en otras ediciones con las mismas noticias ya narradas por presentadoras "consagradas".

Es lamentablemente penoso ver los esfuerzos por enmendarse, que no hacen sino empeorar y remarcar su defectuosa actuación, sus vanos denuedos por conseguir que para la semana próxima...



Pero, aunque circulan rumores ("hubo una vez una chica que lo logró..."; "dicen que de aquí podemos pasar a alguna emergente televisión sudamericana..."), la mayoría (en el fondo, muy en el fondo), sabe que aquello sólo es un banco de pruebas.

Lo cierto y verdad es que ya, nunca más, se vuelven a ver en sus dignos papeles de presentadoras-formalitas-pero-modernas, que después de dar las noticias se van para la misa de la 2ª cadena.

He rastreado las diversas emisoras en los más remotos horarios; he contratado innecesarios y absurdos canales (¿hay alguno verdaderamente necesario y no-absurdo?), sólo con este fin.

Así, he descubierto a alguna de ellas presentando ignominiosos concursos en recónditas y trasnochadas cadenas locales o provinciales.

Me ha parecido reconocer el deje de otras en alguna radio de esas que se sintonizan por televisión o en algún doblaje de serie de medio pelo con risas enlatadas.

Incluso como reportera de las que se denominan "a pie de banquillo", en retransmisiones deportivas de segundo o tercer nivel; o como extra en una de esas series de policías o de médicos (serie B), que proliferan en las noches de los días menos importantes.

Algún día me pareció ver a otra (de las más macizotas) pasear por detrás del calvo de Tele 5 (ese que sigue a todas partes a Fernando Alonso), con un paraguas publicitario...



Ayer creí ver a otra de ellas (menudita, monilla, nariz respingona, algo bizquilla,...), participando en un concurso de hip-hoperos en una periferia madrileña, ataviada con la parafernalia pertinente. Hacía rimas fáciles como panza con venganza, sola con pistola o pierda con mierda.

Lo peor de todo fue descubrir las sospechosas cicatrices en los brazos. Las había de dos tipos: unas transversales, gruesas, sinuosas, a la altura de las dos muñecas; otras, como pequeñas estrellas oscuras, picoteando las venas de los antebrazos y, fijándose bien, también en las piernas a través de los agujeros de sus medias de rayitas multicolores...

No puedo aceptarlo como real, ¿es fruto de mi imaginación o producto de mis prolongados insomnios? No lo sé, pero voy a intentar convencer a mi hija para que no estudie Periodismo y se anime a coger alguna franquicia de ropa pijita, que es lo que da de comer, sobre todo ahora que toda la gente quiere ir bien vestidita para presentarse a tanto concurso...

(Publicado originalmente por El Secretario en su desaparecido blog "La Zona Libre" el día 16 de mayo de 2007)


Imágenes: Marisol