Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 13 de abril de 2023

UN CURIOSO CONGRESO


En el aeropuerto de la ciudad de Toronto se ha realizado un curioso congreso: el de los viajeros que nunca han conseguido partir. Las invitaciones se enviaron por correo y una red de satélites transmitía, de un aeropuerto a otro, las sesiones que se celebraban en cada ciudad, con viajeros que llegaban en automóvil o en tren desde distintos puntos del país. En Toronto se centralizaba la información, así como se dirigían los debates. Los invitados, que eran de varias partes del mundo, narraban sus experiencias cómodamente sentados en sillas de cuero, que no volarían nunca. Había ceniceros de plata, paquetes de almendras, posavasos con los nombres de aeropuertos internacionales, cigarrillos de a bordo, licores importados y, sobre la mesa, una finísima torre de plata, con su avión giratorio que oscilaba según los levísimos cambios de presión.

   Todos aquellos invitados no habían podido partir del aeropuerto, nunca, por una u otra razón; disuadidos al principio por motivos atendibles y completamente explicables, habían terminado por desistir del viaje, luego de que los pretextos fueran más débiles. Aunque el número de viajeros que no pudieron partir nunca de cierto aeropuerto (cuyo nombre omito) podría hacer sospechar que hay algunos que obstaculizan la marcha del viajero, la tendencia general era creer que se trataba de un hecho casual, sin ninguna intención previa. Se nombró Presidente de Honor a un hombre que veinticinco veces intentó partir del aeropuerto de Copenhague, sin conseguirlo jamás. Menciones de honor se distribuyeron entre pasajeros estables del aeropuerto de Londres, Ezeiza y Santiago. Pero quien alcanzó mayor popularidad fue un viajero frustrado de Nueva York, el cual ha alquilado una sala vacía del aeropuerto Kennedy, para despachar allí sus negocios, recibir a las visitas y entretener sus ratos de ocio.



   Al principio, regresaba todas las noches a su hogar, situado más allá del puente labrado, de encaje blanco, sobre el Hudson. Pero los atascos del tránsito, los accidentes imprevisibles y la fatiga, lo convencieron de que era preferible no solo trabajar en el aeropuerto, sino también dormir. No necesitaba televisor, pues las salas del aeropuerto estaban repletas de ellos; la calefacción era gratis, las duchas, excelentes, y siempre se podía encontrar a alguien con quien conversar, sin necesidad de largos desplazamientos. Aún más: durmiendo en su sala del aeropuerto (alquilada), evitaba impuestos adicionales, siempre podía entrevistar al cliente apurado que estaba a punto de partir y evitaba los largos y solitarios insomnios del lecho conyugal: no tema más que caminar unos pasos y ya estaba frente al enorme ventanal a través del que se divisaba la llegada de los aviones, día y noche. Era dinámico y estimulante. Siempre se podía intercambiar algunas frases con los viajeros que llegaban —⁠datos acerca del tiempo, la inflación y el gobierno en otros países, inundaciones, epidemias y estrenos de cine⁠—. Otra ventaja adicional de vivir en el aeropuerto era que siempre tenía a su disposición los cigarrillos, pues el estanco no cerraba nunca: ¿alguien conoce el placer de comprar un paquete de Marlboro a las cuatro de la mañana, sin moverse de la habitación? En el aeropuerto había un servicio permanente de asistencia médica, la comida del restaurante era tan indecente como en cualquier otro lugar y las muchachas que se deslizaban por el piso encerado solían ser agradables y simpáticas.

   El congreso duró tres días. Cuando acabó, los congresistas volvieron a sus casas, en automóvil, autobús o en tren. Muchos contemplaron con melancolía el aeropuerto, al volverse.

CRISTINA PERI ROSSI - "El museo de los esfuerzos inútiles" - (1983)


Imágenes: Mike Kelley

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.