Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 27 de abril de 2023

LA MISA ERA LA CITA INFALTABLE


La misa era la cita infaltable, eso sí que permanecía siempre intacto. Mirta López, mi abuela, se las arreglaba cada vez para ubicarse, entre los fieles, no muy lejos de la familia Videla. Y con preferencia detrás de esa línea que ellos, tan perfectamente juntos, trazaban al sentarse. Se las arreglaba mi abuela, como digo, como dice, para sentarse no muy lejos de ellos, y a menudo, más que eso, conseguía estar muy cerca, ni más ni menos que en la fila de atrás. ¿Le parecía a ella o en el hijo mayor, que ya iba para los diecisiete, que ya hacía vida castrense, iban en aumento la pulcritud, la sobriedad, la distinción, los trazos rectos? ¿Se lo inventaba ella, por sugestión, o el pelo y los gestos, la nuca y la postura, mejoraban su estampa límpida? Las camisas, mejor que las chombas, acentuaban, con sus cuellos tiesos, el efecto general.

   El domingo que mi abuela llegó a misa (la puerta de la iglesia, la vereda generosa, la plaza enfrente) y no vio a la familia Videla se sintió morir. ¿Podía ser? Entró temblando y quiso llorar. Se sentó y se dijo a sí misma que ese día iba a rezar de veras. A rezar y a pedir a Dios que nada malo hubiese ocurrido, que la costumbre de estos encuentros no se viese jamás dañada. No hizo falta, no llegó a rezar. O su íntima imploración de desesperada equivalió, para Dios, a un rezo, y la plegaria de Mirta López fue atendida. Porque la familia Videla, demorada por algún asunto que ya no importaba, hizo su ingreso, por fin, a la catedral. Ella los vio de refilón, de reojo. De nuevo quiso llorar, pero ahora de dicha. Habían venido, sí. Como siempre. Ahí estaban, como siempre.

 


   Y como si sus ruegos desordenados hubiesen merecido el verse satisfechos con creces, resultó que la familia Videla no solamente acudió, llegó, ingresó; sino que se sentaron los cinco, en una progresión ceremoniosa y pensada, justo en la misma fila en la que se había sentado mi abuela. Y lo hicieron con tal disposición (los dos hombres de más edad: el padre y el hijo mayor, en los extremos, como protegiendo al hijo menor y a las dos mujeres) que resultó que el hijo mayor tomó lugar justo al lado de mi abuela.

   La misa empezó con un sermón sobre la patria y sus valores: se acercaba el mes de julio, y en ese mes el día 9, aniversario de la declaración de independencia. Siguió una exposición bien medida sobre los peligros de la descomposición de esos valores, de esos y de todos, con una precisa enumeración de factores disolventes: desde la promiscuidad sexual hasta el flagelo del alcoholismo. Después hubo que pararse, que sentarse, que pararse. Que repetir rezos en eco, que rumiar plegarias íntimas, que cantar en el pudor del coro. Que alzar los ojos al cielo y que cerrarlos para una mejor compenetración. Que pedir y que agradecer. Que arrepentirse del mal inferido y que perdonar el mal recibido. Que dar gracias a Dios en su insondable triplicidad: Padre, Hijo, Espíritu Santo.

MARTÍN KOHAN - "Confesión" - (2020)


Imágenes: Katie Rose Johnston

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