Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 10 de abril de 2023

NO ME GUSTAN LOS KOALAS


No me gustan los koalas. Son unos bichos asquerosos, irascibles y estúpidos sin un solo hueso amistoso en todo su cuerpo. Sus hábitos sociales son vergonzosos: los machos siempre andan propinando palizas a sus semejantes y robándoles las hembras. Tienen mecanismos defensivos repugnantes. Su piel está infestada de piojos. Roncan. Su semejanza con juguetes adorables es una engañifa abyecta. No son dignos de elogio por ningún motivo.

   Y además, una vez un koala intentó hacerme daño de una forma muy horrible.

   En tiempos, una pequeña isla llamada Kudulana situada a unos diez kilómetros de la costa de Tasmania mantenía a una nutrida población de koalas. Entonces alguien llevó ovejas a la isla y taló demasiados árboles. De repente dejó de haber suficientes hojas de eucalipto de la clase adecuada y en consecuencia los koalas estaban en peligro de extinguirse.

   A Mary Anne Locher, oficial superior de Parques Nacionales y Fauna, se le asignó la tarea de reunir a los koalas de la isla y enviarlos a nuevos pastos en el continente. Me invitó a ayudarla, y acepté pensando que de todo se puede sacar una historia.

   La propia Mary Anne Locher se parecía bastante a un koala. Era bajita, gorda y redonda, y tenía un pelo castaño suave y sedoso bastante corto del que le asomaban las orejas. Supongo que en ese momento tendría unos cincuenta años, unos pocos más que yo.



   Siempre llevaba un peto de color marrón que, unido al efecto de su nariz, chata y pequeña, y sus ojos color castaño claro, intensificaban su similitud con un koala. Tenía una voz suave y levemente sibilante y daba la impresión de que si uno le hubiese apretado la barriguita habría chillado. A diferencia de un koala, era una persona muy agradable y delicada.

   En aquella época yo no era tan corpulento como ahora, pero no por eso dejaba de ser un hombre abundante en carnes, es decir, que podía atarme los cordones de los zapatos yo solo, pero no era atlético.

   Un alma poco caritativa habría pensado que Mary Anne y yo hacíamos una pareja un tanto cómica cuando desembarcamos del ferry en Kudulana: el uno era alto, redondo y barbado, y la otra bajita, redonda y con pelo suave y sedoso. Los dos llevábamos una gran red dotada de un largo mango y lucíamos petos marrones idénticos, pues yo le había cogido uno prestado al departamento mientras durase el trabajo. Mientras el barquero descargaba unas jaulas hechas con listones de madera para albergar nuestra pesca, llegó a insinuar que nuestra tarea se vería facilitada, ya que los koalas se caerían de los árboles de la risa.

KENNETH COOK - "El koala asesino. Relatos humorísticos de la Australia profunda." - (1986)


Imágenes: Güido Sender

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