Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 24 de noviembre de 2022

SOLO ME SALÍAN LLANTO Y FRASES SUELTAS


Cien años antes de mis tiempos, Edward Munch pintó un cuadro titulado Tarde en la calle Karl Johan. Recuerdo que aparecía en alguno de los libros del instituto y que, ya en esos momentos, me causó una profunda impresión. El cuadro muestra una muchedumbre que sube por la acera de la calle Karl Johan en dirección al Palacio Real. La gente tiene la cara pálida, casi un poco verdosa, y los ojos grandes y vacíos. Dan la impresión de haberse levantado recientemente de la tumba. Y por la calle desierta, en dirección contraria a todos los demás, vemos una figura vestida de oscuro. Como con tantos otros cuadros de Munch, al mirarlo me invade una sensación de soledad, casi me duele el estómago. Creo que aquel debió de ser mi primer encuentro con el mundo de Munch y, tal vez precisamente por eso, la imagen me conmocionó especialmente. Hasta entonces creía que los cuadros eran algo que se colgaba en la pared para adornar un poco. Que pudieran hacer algo con uno era una noción absolutamente desconocida para mí. Pero, de un modo extraño, me reconocía en aquel cuadro. Sabía que era yo el que bajaba por la calle, alejándome de los demás, alejándome de la corriente principal. Bajo mi piel había la misma atmósfera, por decirlo así. Naturalmente, en clase se rieron del cuadro. Los bromistas criticaron la elección de colores de Munch y señalaron que no era ese el aspecto que tenía la gente en la realidad. Muchos años más tarde, al leer un artículo sobre Munch en el suplemento cultural de El Periódico Obrero, descubrí que los contemporáneos del pintor habían dicho exactamente lo mismo. 



Estuve a punto de echarme a llorar al leerlo, porque de pronto comprendí lo solo que debió de estar. En el mismo artículo aparecían, además, algunas citas de los diarios del pintor. Una de ellas versaba precisamente sobre el mencionado cuadro, Tarde en la calle Karl Johan: Munch escribe que acaba de tener un romance desgraciado. Solo y abandonado baja por la calle, alejándose de la comunidad. Escribe que de pronto todo se volvió muy silencioso a su alrededor, que la realidad se desvaneció de alguna manera, y que las pálidas caras lo miraban fijamente.

Tanto con aquellas palabras, como con el propio cuadro, Munch describía lo que yo no había sido capaz de describir, pero sí había sentido muchas veces en mis propias carnes. El decorado que me rodeaba era distinto, ciertamente, pero mi vivencia de la realidad había sido sugerentemente cercana a la del gran artista. A veces, de camino a la tienda, con el carrito de mamá en una mano y la lista de la compra en la otra, me sobrevenía la sensación de que a mi alrededor se hacía el silencio y de que las caras de quienes caminaban entre los bloques de pisos se deformaban. Se me metía en la cabeza que querían hacerme daño, que de alguna manera iban a por mí. También es verdad que con frecuencia realmente era así, había por ejemplo una pandilla de chicos que solía merodear por el centro comercial, les encantaba obligarme a meter la cabeza en el carro de la compra. Pero también en otras ocasiones, aunque no me amenazara ningún peligro real, de pronto me descolgaba del contexto y quedaba paralizado por el pánico. A veces, simple y llanamente dudaba de mi propia existencia, o mejor dicho, sentía que me estaba desvaneciendo para mí mismo, que me desintegraba. En tales ocasiones solía intentar dañarme a mí mismo. O tal vez eran más bien los demás quienes lo interpretaban así, incluso mi propia madre era incapaz de comprender que cuando me fustigaba a mí mismo con ramas de serbal, o me pegaba bofetadas en la cara, era para retomar el contacto conmigo mismo. Pero es que yo era incapaz de explicarme de un modo sensato, solo me salían llanto y frases sueltas.

INGVAR AMBJORNSEN - "Elling" - (1996)


Imágenes: Edvard Munch

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