Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 10 de noviembre de 2022

EL OTRO DÍA LEÍ ALGO EN INTERNET


—El otro día leí algo en internet que me pareció… no sé, es una pavada.

—No andes tanto en Internet que enloquece a la gente. Pero contame.

—No me acuerdo muy bien, pero es algo así. Los japoneses creen que después de morir, las almas van a un lugar que tiene, digamos, un cupo limitado. Y que cuando se llegue a ese límite, cuando no quede más lugar para las almas, van a empezar a volver a este mundo. Esa vuelta es el anuncio del fin del mundo, en realidad.

Pedro se quedó callado. Pensó en la foto de Guachín con el pecho pegado al pavimento y las piernas partidas en tres partes que había visto en el juzgado.

—Qué concepto más inmobiliario del más allá tienen estos japoneses.

—Mucha gente en un país chico.

—Pero sí Mechi, puede ser. Puede ser que estén volviendo. Puede ser cualquier cosa, yo no sé más que creer. Anoche fui al Moridero, a la cárcel de Caseros.


—¿Fuiste a buscar a la amiga de Vanadis?

—Si, bueno… no sé a qué fui. Es al pedo encontrarla ahora, ¿no? Fui a ver qué onda. ¿Y sabés lo que pasa ahí? No hay nadie.

—Cómo no va a haber nadie, si estaba lleno de pibes paqueros, yo pasé varias veces cerca, había gente drogada por todos lados.

—Todos me dicen lo mismo en el barrio, y yo les digo que vayan a ver, como hice yo. No queda nadie. Me metí, de día porque estoy loco pero no tanto, y hay ropa por todos lados, cartones, colchones, hasta un par de carpas, miralos a los guachos con carpas, ¡una Doite tenían!… algún guacho de clase media hecho mierda. Gente no. Escuché algo, vi una sombra que se movió rápido, me cagué en las patas y me fui.

—Debió ser un perro.

—Qué se yo, puede ser cualquier cosa. En serio que no queda nadie ahí. Como si se hubieran escapado.

Se quedaron callados. Apenas habían tocado la pizza.

—¿Te vas a ir de Buenos Aires?

—No tengo más ganas de estar en esta ciudad llena de aparecidos con toda la gente loca, no se aguanta Mechi, ¿y vos por qué te vas a quedar?

—No tengo un mango.

—Pero yo sí y te presto… nos vamos un tiempo, hasta que pase algo. No soporto esperar, ¿te diste cuenta que todos están esperando algo? Les van a prender fuego a los pibes. Los van a gasear, les van a mandar la policía, yo no quiero ver eso. O los pibes van a empezar a atacar a la gente.

—Me parece que vos también estuviste pasando mucho tiempo en Internet.

—Y sí, por eso te digo que enloquece a la gente. Me voy hasta que pase lo que tenga que pasar, y estaría bueno que vengas conmigo.

Mechi se quedó callada y después miró a Pedro. Movía la pierna derecha como si estuviera activada por un mecanismo. Se tocaba tanto el pelo que lo tenía engrasado. No, con Pedro ella no iba a irse a ningún lado. Además, quería quedarse a ver qué era eso que tenía que pasar.



—¿Vas a venir conmigo, amiga?

—No.

—Sos más terca.

—¿Cómo sabés que no pasa en otros lados?

—¡Porque no pasa! Es en Buenos Aires nomás, vos sabés que es acá, te vas a Mar del Plata y ya no hay nada así, no te hagas la boluda.

—No, quiero decir cómo sabés que no va a empezar a pasar en otros lados.

—Sos satánica, Mechi. ¿Qué te imaginás, un plan fin del mundo onda vuelven los muertos vivos? Muchos de esos chicos no estaban muertos, para empezar. Cortala con Internet.

Se abrazaron fuerte cuando Pedro se fue de madrugada. Tenía decidido irse a Brasil, a la casa de un amigo suyo que trabajaba en un diario de San Pablo y al que le encantaría tener a un periodista de Buenos Aires testigo del regreso de los chicos, que, claro, ya tenía fama internacional. Antes de irse, le contó que su jefe le había autorizado las largas vacaciones de cuatro semanas sin pestañear, casi aliviado. Pedro le dijo a Mechi que tuvo la sensación de que el jefe no lo quería cerca. Que le tenía miedo.

MARIANA ENRÍQUEZ - "Chicos que vuelven" - (2011)


Imágenes: Monsieur Cailloux 

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