Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 4 de noviembre de 2021

TRASTORNO EXPLOSIVO INTERMITENTE

   



   Vamos a una sala de conferencias donde han instalado una máquina, un par de gafas provistas de cables y una pantalla.

   —Tendrá que ponerse las gafas; simplemente registran los movimientos de los ojos —dice Rosenblatt—. Y en esta pantalla aparecerá una serie de palabras. —Me entrega un pulsador pequeño conectado con la máquina, al igual que las gafas—. Por favor, púlselo cada vez que una palabra le suene familiar en el contexto de su relación con su hermano. ¿Preparado?

   —Sí.

   Aparece la primera palabra. «Flor.» Pulso.

   —¿Ha pulsado adrede? —pregunta Rosenblatt.

   —Sí, George adora las flores.

   La segunda palabra: «Benigno.» No pulso.

   «Comprensivo.» Mi dedo descansa.

   «Ira.» Clic.

   «Antagonismo.» Dos clics.

   —¿Ha pulsado dos veces adrede?

   —No lo sé.

   «Hostilidad.» «Despecho.» «Rencor.» Uno, dos, tres clics.

   «Benevolente.» Con gatillo fácil, casi pulso.

   «Amable.» Descanso el dedo, respiro.

   «Cálido.» Los dedos se me entumecen a causa de la inacción.

   «Herida.» «Aniquilar.» «Bravucón.» De lo más evidente: clic, clic, clic.

   «Apegado.» Clic.

   La pantalla se apaga.



   —¿Está familiarizado con el trastorno explosivo intermitente: TEI? —pregunta Rosenblatt.

   —Suena a trastorno intestinal —digo.

   —A menudo se describe como «demencia parcial». Es más común de lo que usted cree, la incapacidad de contener el impulso agresivo, la extrema expresión de cólera, una furia incontrolable. Estoy pensando que es lo que existe aquí.

   ¿Por qué estoy esperando que diga «obra del diablo»?

   Rosenblatt prosigue.

   —En una situación como la presente no sólo es clara una cosa, sino muchas: la química, el estrés, los fármacos, el estado de ánimo y otra inestabilidad mental. Vamos hacia un diagnóstico multifacético y un enfoque de tratamiento prolongado.

   —¿Le van a dar un electrochoque?

   —No, pero personalmente pienso que puede ser un candidato para algunas de nuestras técnicas psicoquirúrgicas más recientes, como la irradiación con bisturí gamma o, más probablemente, la estimulación del cerebro profundo. Le implantamos algo parecido a un marcapasos; hacemos un agujero con un trépano, colocamos tres plomos, implantamos un neuroestimulador de pilas, calibramos la estimulación. No carece de efectos secundarios (cierto declive de la función ejecutiva) y, por supuesto, somos conscientes de lo que podría decir el tribunal si exponemos que su hermano ha accedido a someterse a una cirugía cerebral experimental.


   Me horroriza lo que me está diciendo. Pensé que podrían sacarse de la manga algo raro, pero no se me había ocurrido la idea del viejo punzón que te abre la bola del coco.

   —Es decir, ¿me está hablando de algo parecido a una lobotomía?

   —Yo no lo llamaría así, pero cae dentro del mismo epígrafe.

   —Y en los tribunales, ¿cree usted que una cirugía cerebral favorece o perjudica?

   —Desde luego demuestra que hemos adoptado un enfoque agresivo. Yo diría que favorece.

   —¿Y qué dice George?

   —No lo sabe todavía; nadie lo sabe. Ni siquiera se lo he dicho a Gerwin. Estoy haciendo una investigación y luego expondré mi tesis.

   —¿Usted se sometería a una psicocirugía? —pregunto, sabiendo que yo nunca lo haría.

   —Con los ojos cerrados, y lo digo sin segundas —dice—. Ni siquiera me importaría practicármela yo mismo.

   —Interesante —digo, y es decir poco. Es una puta locura, es lo que estoy pensando.

A. M. HOMES - "Ojalá nos perdonen" - (2012)


Imágenes: Emiliano Ponzi

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