Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 13 de julio de 2021

LO DIFÍCIL DE SER GEMELA

 


 —¿Usted cree que pueda hacerme una pintura medicinal? —insistió.

   —¿Para qué?

   No supo qué contestar. Mallory explicó que tendría que saber para qué, y hacer algunas cosas para invocar la ayuda de Estsanatlehi, «la mujer que cambia»; no se pedía un cuadro de arena por simple curiosidad. Le indicó que se sentara dentro del círculo para pensar por qué creía necesitar medicina pintada. Oralia se sentó cruzando un pie sobre el otro, y cerró los ojos.

   Pensó en lo difícil de ser gemela. Cuando niñas era divertido celebrar los cumpleaños juntas. Las ropas son iguales y causa gracia tener una repetición. Jugar al espejo, hacerle bromas a los niños que no saben de la otra. Todavía a los once años, sin contarse todo, una siente que sabe el doble de la gente común. Si una iba a la playa con las tías, y la otra se quedaba en el puesto cerca del mercado con la mamá, sentían que habían estado en ambos lados. «Yo vi el mar», cuenta una, la que estuvo en el mercado. «Yo vi a Pepito Gigante» cuenta la otra, que estuvo en la playa. Y ambas cosas entran en la memoria, el océano, y el loco del barrio. Pero a los catorce años, a una le gusta el baile a otra la música. Parece lo mismo. No lo es.

   El baile es para afuera, la música para adentro.

   A Oralia le gustaba la música, a su hermana el baile. Por eso era sorprendente que su gemela cantara blues.

   El tiempo, el tiempo se le había enfermado.

   Repitió lo último en voz alta. También necesitaba curarse siete años desde que había roto su espejo.



   —¿Estás convencida de que curarte será para dominar a tus enemigos o salvar tu vida? —indagó al ver que abría los ojos.

Oralia asintió. Iba a decirle qué opción tomaba, cuando él le hizo la señal de que no le contara nada. Sin decir palabra, el navajo le hizo otra seña para que lo siguiera al coche. Ella caminó y tuvo que frotar una de sus pantorrillas: se le había quedado dormida, le hormigueaba dolorosamente. Ya no sabía si había cerrado los ojos cinco minutos o media hora. Le pidió la pulsera de conchitas, ya que se requería un objeto personal.

   El indio sacó la caja, y la llanta de refacción. Acomodó la cobija y le ordenó meterse: tenía que sudar. Metida en la cajuela, la envolvió con la cobija y cerró, dejando apenas entreabierto para que pasara aire al sofocante interior.

   En la oscuridad de aquel sauna improvisado, Oralia recordaba. A los catorce, se empezaron a peinar cada una de otro modo, a vestirse de maneras opuestas. Sin embargo, como le había sucedido a Mallory y a Ely, apenas las podían distinguir. Y cuando atendían por turno el puesto de fayuca de su mamá, les cambiaban el nombre las otras puesteras sin importarles los dijes y pulseras que tenían grabados en el metal sus nombres correctos. Los verdaderos.

   La semejanza ya no era divertida, ansiaban ser diferentes.

ENRIQUE RENTERÍA - "Cartografía de animales celestes" - (2003)

Imágenes: Emma Larsson

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