Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 10 de julio de 2021

ALGO ROZÓ EL LÍMITE DE ALGO

 


Cuando el organillero empezó a tocar, algo rozó el límite de algo. Hans no añoraba nada: prefería pensar en el siguiente viaje. Pero al escuchar el organillo, su pasado metálico, le pareció que alguien, otro anterior a él, se estremecía en su interior. Siguiendo la melodía como se lee un papel al viento, a Hans le sucedió algo infrecuente: sintió cómo sentía, se contempló emocionándose. Su oído atendía porque el organillo sonaba, el organillo sonaba porque su oído atendía. Más que tocar, a Hans le pareció que el viejo hacía memoria. Con una mano de aire, los dedos ateridos, movía la manivela y la cola del perro, la plaza, la veleta, la luz, el mediodía giraban sin interrupción, porque cuando la melodía rozaba su final la mano relojera del organillero hacía no una pausa, ni siquiera un silencio, apenas una rasgadura en un manto, le daba la vuelta y la música volvía a comenzar, y todo seguía girando, y ya no hacía frío.

   Regresando a sus pies, Hans se extrañó al notar que nadie parecía atender a la música del organillo. Los transeúntes pasaban sin mirarlo, acostumbrados a su presencia o demasiado apresurados. Por fin un niño se detuvo frente al organillero. El viejo lo saludó con una sonrisa a la que el niño respondió tímidamente. Dos zapatos enormes se posaron detrás de sus cordones desatados y una voz se agachó diciendo: No mires al señor, ¿no ves cómo va vestido?, no lo molestes, vamos, vamos. Delante del viejo relucía un plato en el que de vez en cuando alguien depositaba una monedita de cobre. Hans observó que quienes tenían esa deferencia tampoco se tomaban un minuto para seguir la melodía, lo hacían como dejando caer una limosna. Pero el organillero no perdía la concentración, la cadencia de la mano.

ANDRÉS NEUMAN - "El viajero del siglo" - (2009)

Imágenes: Inge Morath

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