Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 25 de julio de 2021

EN LA PIEDRA ANGULAR DE LA CREACIÓN

 


Olga ha conocido a un hombre. Es camillero del hospital. Se llama Stefan. Un día, en la sala del té, le preguntó de dónde era y cuando Olga le dijo el nombre de su ciudad natal, el hombre dio un brinco y gritó «¡Dios mío!», de modo que ella pensó que serían del mismo sitio. Pero es lituano. Olga sigue sin saber por qué se emocionó tanto. Stefan mide un metro noventa y siete. Es importante, cuando un hombre tan alto salta en el aire.

   El supervisor ha trasladado a Olga al lugar donde las mujeres van para tener niños. Antes limpiaba las salas de las viejas, las salas grandes y silenciosas al final del laberinto del edificio donde las ventanas no dan a nada, solo a paredes de ladrillos o huecos de escalera o tubos y huecos del sistema de calefacción del hospital, como si alguien hubiera decidido que las viejas ya no necesitan ver el mundo porque de todas formas están a punto de abandonarlo. Las ancianas yacían en sus camas, blancas, menudas y suaves, como hadas pequeñitas y arrugadas. No daban ningún problema. Yacían como bebés en la cuna bajo las potentes luces del techo con alguna fruslería al lado: una fotografía enmarcada, una tarjeta, una revista. Tenían poquísimo, menos de lo que la gente lleva consigo en el bolso cuando sale de compras. Las luces blancas las interrogaban, mostrando su pobreza, limpiando paulatinamente el significado de cada objeto hasta que la fotografía y la postal perdían el derecho a estar allí, obstaculizando la invasión de blancura. Olga solía quitar el polvo a sus baratijas, volvía a colocarlas firmes y triunfantes en las mesillas de noche, alisaba las portadas de las revistas.



   La zona de maternidad no es así en absoluto. Aquí las mujeres tienen ramos de flores gigantes y chillones, y cestas de frutas exóticas y regalos, siempre más regalos, objetos nuevos que las madres desenvuelven de cualquier modo, tirando el papel para que Olga lo recoja. Ella recoge los trozos de papel de llamativos colores, los lazos dorados, las etiquetas y tarjetas, las ruidosas mortajas de plástico que revisten las cosas nuevas. Coge todas esas cosas, tan nuevas y no obstante superfluas, y las mete en la bolsa negra de la basura. Cerca de las camas, los bebés se retuercen como larvas dormidas en sus cajas acrílicas. Al final de su turno, la bolsa de la basura está llena, repleta de desperdicios livianos y crujientes, indescriptibles, de frescura química. No hay palabras para la clase de basura que Olga recoge. Es extraño que una nueva vida llegue al mundo engalanada de basura sin nombre.

   En los pasillos de los paritorios resuenan gritos terribles. Olga pasa la fregona por allí, frente a las puertas cerradas. Dentro, las mujeres braman como animales. Stefan trabaja en esos pasillos: traslada a las pacientes en camilla. Así lo ve Olga, empujando a las sufrientes señoras hacia su destino, su liberación, y luego recogiéndolas, mustias, confusas y calladas, con el bebé enganchado al pecho como una lapa. Stefan es alto, una figura erguida que parece presidir el sufrimiento de las mujeres, casi describirlo, como el pincel del artista describe la imagen que está pintando. Impasible, se descubre no obstante allí, en la piedra angular de la creación, guiado por una mano invisible. Stefan distribuye formas y propiedades; entra y sale de la sala de partos manchado de creación.

RACHEL CUSK - "Las variaciones Bradshaw" - (2009)

Imágenes: Sarah Detweiler

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