Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 22 de octubre de 2020

DOS DÍAS DESPUÉS DE LA DESAPARICIÓN

   


    Dos días después de la desaparición, cuando en las redes empezaron a circular las preguntas inquietas de su exesposa, los amigos estuvimos de acuerdo en que Sandoval, tras despedirse de nosotros, se había ido a buscar a su nueva novia, una veinteañera incombustible de tobillos tatuados con la que llevaba saliendo unos cuantos meses, y no era improbable que la noche se hubiera salido de madre y hubiera terminado en algún hotel indulgente, entre botellas de ron vacías y pies desnudos que las patean y fantasmas de cocaína en las mesas de vidrio. (Sus amigos le conocíamos esos excesos, los tolerábamos y a veces los juzgábamos: hipócritamente, pues todos habíamos participado en ellos alguna vez.) Pero en las redes se hizo evidente muy pronto que nadie lo había visto, ni la nueva novia ni su madre ni sus vecinos, y el último testimonio con que se contaba era el del taxista que lo había esperado a primera hora de la mañana frente a un banco del norte, la puerta amarilla abierta como un ala y el motor encendido, mientras Sandoval sacaba de un cajero más billetes de los que parecía aconsejable llevar encima en nuestra ciudad acosadora. Se pensó que lo habían secuestrado; se habló de paseo millonario, y tuvimos que imaginar a Sandoval recorriendo la ciudad y sacando de los cajeros todo lo que pudieran darle sus tarjetas generosas, y luego regresando a pie, aterrado pero a salvo, desde algún potrero insondable del río Bogotá. Las redes nos trajeron mensajes de solidaridad o de ayuda, descripciones de Sandoval —estatura de uno con ochenta, pelo muy corto de canas prematuras— y buenos deseos redactados con palabras que no eran optimistas, cierto, pero todavía no eran luctuosas; y sin embargo ya algunos sugerían una escena en que sus asaltadores siguen a Sandoval desde el banco, esperando que se quede solo, y le roban el dinero y el reloj y el celular antes de pegarle un tiro en la frente.


     Alicia, la ex esposa de Sandoval, se preocupó desde el principio de una manera más intensa, o por lo menos más pública, de lo que hubiéramos esperado. Se habían conocido en la universidad, poco antes de que Sandoval abandonara los estudios, y en su matrimonio hubo algo como un sutil desequilibrio, pues ella parecía llevarlo siempre a remolque. Fue ella quien le sugirió a Sandoval montar una firma de inversiones, fue ella quien le trajo los primeros clientes y contrató a los mejores contadores, fue ella quien consiguió una oficina compartida, para ahorrar gastos, y quien convenció a Sandoval de que no importaba que la oficina fuera vieja, pues el ambiente de mesas con lámina de vidrio y madera olorosa a líquido de muebles no es grave si la gente al salir de la oficina tiene más plata de la que tenía al entrar. Siempre nos pareció a todos que Alicia merecía algo mejor que Sandoval, y las primeras horas de su desaparición fueron conmovedoras por eso: por verla a ella, una mujer mucho más sólida que él, más terrenal y más animosa, usando todo el empuje que le daba su tristeza para preocuparse por un tipo como nuestro amigo: inasible, escurridizo, en continuo movimiento, como si alguien lo persiguiera.

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ - "Canciones para el incendio" - (2018)

Imágenes: Igor Morski

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