Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 5 de octubre de 2020

DÍAS RAROS EN MEDELLÍN

   


   Eran días raros en Medellín. En la televisión mostraban cómo explotaban bombas, mataban gente y no había nada más peligroso que tener que parar en un semáforo y que una moto quedara a tu lado. Cualquier cosa menos eso: si te iba bien te robaban el carro; si te iba mal te mataban por robártelo. No eran más que niños jugando a ser sicarios. Niños de comuna sin nada que perder y algún dinero que ganar por apretar el gatillo. Niños que tenían dos altares en su casa: en uno le rezaban a Pablo Escobar para que les siguiera dando trabajo y en otro a la Virgen de la Milagrosa para que les afinara la puntería. Ambos eran muy efectivos. 

   Eran días extraños que alteraban, incluso, nuestra propia rutina. Había que buscar rutas diferentes para ir al colegio, variar los horarios y cambiar de carro de tanto en tanto para despistar al enemigo. Había enemigos por todas partes, en todos los semáforos, en todas las motos. Había que poner cintas en equis sobre las ventanas de las casas para que no volaran los vidrios cuando explotaran las bombas. Y abrir la boca, hasta el límite, taparse los oídos y quedarse muy quieto después de oír una explosión. Eso me lo enseñaron en el colegio. 

   Solíamos hacer simulacros para aprender cómo actuar en caso de que temblara la tierra, pero, de repente, las explosiones fueron mucho más frecuentes que los temblores y entonces cambió la prioridad de los simulacros. Cuando alguien salía de casa, el resto de la familia se quedaba ansioso esperando la llamada para confirmar que había llegado bien. 

   Yo tenía once años y no le temía a los fantasmas ni a los monstruos. Un poco al diablo, porque las monjas del colegio se mantenían hablando de él; un poco a Dios, porque según ellas era capaz de saber qué estabas haciendo todo el tiempo y nadie capaz de vigilarte todo el tiempo puede ser confiable, pero, la verdad, a lo que yo más le temía era a las motos. Bastaba ver una para empezar a temblar y a percibir en el estómago un abismo de esos que no se llena con nada. Mi propio corazón retumbaba tan duro que parecía tener a alguien adentro pugnando por salir.

SARA JARAMILLO KLINKERT - "Cómo maté a mi padre" - (2019)

Imágenes: Lara Kantardjian

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