Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 9 de octubre de 2020

CANCIONES DE AMOR A QUEMARROPA

  Lo invitamos a todas nuestras bodas; era famoso. Los tarjetones los enviábamos al rascacielos de su compañía discográfica en Nueva York para que le remitieran esos chabacanos sobres dorados mientras él estaba de gira: Beirut, Helsinki o Tokio. Lugares fuera de nuestro modesto alcance, sitios que no alcanzábamos a imaginar siquiera. Él nos enviaba regalos en maltrechas cajas de cartón festoneadas de sellos extranjeros. De regalo de cumpleaños, elegantes corbatas o un perfume para nuestras mujeres; para nuestros hijos, delicados juguetitos o chucherías: sonajeros de Johannesburgo, muñecas rusas de madera de Moscú o patuquitos de seda de Taipéi. Nos llamaba de vez en cuando por una línea llena de ecos e interferencias que al fondo dejaba oír las risas de un coro de jovencitas, y su voz nunca nos parecía tan alegre como esperábamos. 

   Llegaban a pasar meses antes de que volviéramos a verlo, y entonces aparecía, barbudo y demacrado, con una mirada cansada en la que relucía un alivio feliz. Lee se alegraba de vernos, eso lo notábamos, se alegraba de volver a estar entre nosotros. Siempre le dábamos tiempo para recuperarse antes de volver a hacer vida juntos, sabíamos que necesitaba tiempo para quedarse bien limpio y recobrar el equilibrio. Lo dejábamos dormir hasta decir basta. Las mujeres le llevaban estofado y lasaña, cuencos de ensalada y tartas recién salidas del horno.  

   Le gustaba conducir un tractor por sus propiedades, cada vez más extensas. Nosotros imaginábamos que le gustaría sentir el calor del día, el sol y el aire fresco en esa cara tan pálida. La marcha lenta del viejo John Deere, esa máquina fiable y paciente. La tierra que retrocedía a sus espaldas. Tenía sus campos sin cultivar, por descontado, pero él conducía su tractor por praderas de hierba y flores silvestres con un cigarrillo o un porro entre los labios. Siempre sonriente encaramado al tractor; suelto al sol, su pelo rubio recordaba los vilanos de diente de león.  

   Había adoptado un nombre artístico, pero no lo usábamos nunca. Para nosotros era Leland, o Lee a secas, porque así era como se llamaba. Vivía en una vieja escuela, lejos de todo, lejos del pueblo, a cosa de ocho kilómetros de Little Wing, en pleno campo. Las letras de su buzón rezaban: L SUTTON. Había montado un estudio de grabación en el pequeño gimnasio revistiéndolo de espuma y moqueta gruesa. De las paredes colgaban discos de platino y fotografías suyas en compañía de actrices y actores famosos, de políticos, de chefs y de escritores. 

   El caminito de grava que llevaba a su casa era largo y estaba lleno de baches, pero ni así lograba detener a algunas de las jovencitas que lo buscaban. Llegaban de todo el mundo. Eran siempre guapísimas. 

   El éxito de Lee no nos había pillado por sorpresa. Él nunca había desistido, nunca había abandonado la música. Mientras los demás estábamos en la universidad o en el ejército o atrapados en la granja de la familia, él se encerraba en un gallinero destartalado y se ponía a tocar su maltrecha guitarra en ese silencio del crudo invierno que todo lo envuelve. Cantaba en un falsete inquietante, y a veces, junto a la hoguera, entre las traicioneras sombras que proyectaban las llamas, naranjas y negras, y el humo, negro y blanco, te arrancaba una lágrima. De todos nosotros, él era el mejor.  

   Componía canciones sobre nuestro rincón de mundo: los ubicuos maizales, los bosques de repoblación, las colinas jorobadas y las hondonadas llenas de surcos. El frío que cortaba como un cuchillo, los días demasiado cortos, la nieve, la nieve y la nieve. Sus canciones eran nuestros himnos: eran nuestros megáfonos y nuestros micrófonos y nuestros versos de jukebox. Lo adorábamos; nuestras mujeres lo adoraban. Nos sabíamos la letra de sus canciones y a veces hasta salíamos en alguna.

NICKOLAS BUTLER - "Canciones de amor a quemarropa" - (2014)

Imágenes: Hernan Bas

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.