Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 28 de mayo de 2024

SOLO TENÍA TREINTA Y CUATRO AÑOS CUANDO FALLECÍ


—Solo tenía treinta y cuatro años cuando fallecí. Los mismos que tengo ahora —dijo Bird dirigiéndose a mí. O eso me pareció, puesto que allí no había ninguna otra persona aparte de él y yo.

   No supe cómo reaccionar a lo que acababa de decir. Saber comportarse de la manera más apropiada cuando se está soñando resulta de lo más complicado. De modo que me limité a permanecer en silencio y esperar sus siguientes palabras.

   —Por favor, piensa durante unos instantes —prosiguió— en lo que puede suponer para uno morir a esa edad, a los treinta y cuatro años.

   Probé a reflexionar acerca de lo que habría pasado por mi cabeza en el momento de morir, si la muerte me hubiera visitado a los treinta y cuatro años. Pensé que, a esa edad, una buena cantidad de cosas apenas acababan de iniciarse en mi vida.

   —Así es —volvió a hablar Bird—. A esa edad, acababa de comenzar una buena cantidad de cosas en mi vida. De hecho, la misma vida no había hecho más que empezar y, sin embargo, ya se había acabado para mí.



   Movió la cabeza a ambos lados con pausada resignación, pero su rostro permaneció oculto bajo el velo de la sombra y no pude contemplar su expresión. Su desvencijado saxo le colgaba del cuello sujeto con una mísera correa.

   —Sin duda, uno debe asumir que la muerte es siempre repentina, se presente cuando se presente, pero, a la vez, es como un ser que se arrastra lentamente. No es muy distinta a una bella frase musical que le viene a uno a la cabeza como en una ráfaga, con todas sus notas desplegándose simultáneamente; sin embargo, su propia naturaleza está ligada a un desarrollo temporal, como el que uno requiere si desea cruzar un continente de costa a costa, o quizás a toda una eternidad, aunque su esencia no se adscriba del todo al concepto de tiempo. Si adoptamos el punto de vista de que la muerte se despliega en el tiempo, podría tal vez afirmarse que vamos muriendo poco a poco a medida que vivimos. Pero, por otro lado, bien es cierto que la muerte es un mazazo que pone fin de manera fulminante a todo lo que nos ha acompañado hasta ese momento. Un retorno a la nada. Como podrás entender, hablo a partir de mi propia experiencia.



   Permaneció cabizbajo durante unos instantes, aparentemente mirando con fijeza su saxofón. Luego, habló de nuevo:

   —¿Sabes qué me rondaba por la cabeza cuando me visitó la muerte? —inquirió Bird—. Una simple y única melodía. En eso pensaba en aquel momento. La melodía se repetía una y otra vez, sin descanso. No había manera de quitármela de encima. Ocurre a veces, ¿no es cierto? Se te pega una melodía y ahí decide quedarse. Pues bien, fue un pasaje del tercer movimiento del Concierto para piano y orquesta n.º 1 de Beethoven.

   Tarareó levemente la melodía. Pude reconocerla. Se trataba del pasaje correspondiente al solo de piano.

   —De entre toda la música compuesta por Beethoven —prosiguió Bird—, ese pasaje tal vez sea el que mejor mezcla audacia y fogosidad, el más vivaracho y rítmico. Siempre le tuve especial cariño a ese concierto y, de hecho, lo he escuchado multitud de veces en una interpretación de Artur Schnabel registrada en uno de aquellos viejos vinilos de setenta y ocho revoluciones por minuto. Pero ¿no resulta irónico? ¿No te parece raro que una melodía de Beethoven insista reiteradamente en atravesar conmigo, Charlie Parker, el umbral de la muerte? A partir de ese momento, recuerdo un manto de oscuridad frente a mí, una especie de bajada de telón, fin del espectáculo.

HARUKI MURAKAMI - "Primera persona del singular" - (2020)


Imágenes: Melissa McCracken

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