Desapegos y otras ocupaciones.

domingo, 26 de mayo de 2024

ME HA ASALTADO UN VÉRTIGO VITAL


Cuando me he despertado, no sabía dónde estaba. Al principio creía que estaba en el piso de Barcelona, pero algo no cuadraba: la luz que venía de la derecha en lugar de venir de la izquierda, la cama demasiado corta, como encogida, el olor oscuro del aire, el silencio casi catastrófico. Por unos instantes, he tenido miedo.

Se me ha hecho raro imaginar que en aquella cama dormían mi padre y mi madre hace cuarenta años, que estaba tumbada en el mismo colchón donde me concibieron, en la misma cama que excepcionalmente mi padre me dejaba compartir con él cuando mi madre ya se había levantado.

Me ha asaltado un vértigo vital. Me habría abandonado a él aunque solo fuera para acercarme al recuerdo de mi padre y demostrarme que sí pienso en él lo suficientemente a menudo, pero he sentido la urgencia de rehuirlo. Me he quedado mucho rato petrificada en la cama, observando las vigas carcomidas, las telarañas de los rincones, la silla de mimbre con el asiento deshilachado por los años, las baldosas del suelo desencajadas formando pequeñas olas, como si reposaran sobre una base líquida.



Me daba cosa levantarme, sacar el pie descalzo y ponerlo sobre el suelo frío, como si todo fuera a desaparecer al tocarlo o el mar de baldosas fuera a engullirme. O tal vez me daba cosa porque me he dado cuenta de que esto va en serio, que pisar las baldosas significaría firmar un contrato conmigo misma. Al final me he atrevido, claro, no iba a quedarme en la cama eternamente.

He abierto los postigos de par en par. Y qué verde tan verde, tan reluciente, tan vivo, todo para mí, con el sol allí, justo despuntando por encima de las copas. Ni rastro de la tormenta de bienvenida de ayer. Creo que remolonear me ha enternecido, o tal vez ha sido el hecho de pensar en mi padre. De repente, no cabía dentro de mí, el cuerpo se me había quedado pequeño para tanta alma. He abierto la ventana y me he asomado. He mirado a ambos lados para asegurarme de que no hubiera nadie —¡qué tonta!— y he soltado una sarta de gritos sin sentido, solo aire reconcentrado saliéndome de dentro.

He gritado hasta vaciarme, debía de llevar años cargando dentro todos aquellos gritos. Igual sí que me han hecho un favor, los malnacidos de la editorial, poniéndome de patitas en la calle. Hoy por primera vez me parece que estos veinte años en aquellas oficinas han sido mi caverna platónica. ¡Cuánta razón tenía Guim cuando me decía que lo dejara! Al mismo tiempo, creo que exagero, que me engaño, porque al principio el trabajo me encantaba, y quizá lo que pasa es que desde la rabia me resulta más cómodo cargármelo todo.

CARLOTA GURT - "Sola" - (2021)


Imágenes: Ted Lott

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