Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 22 de mayo de 2024

EL DÍA QUE TODO ESTALLA


Poco a poco intuyo que lo mejor que puedo hacer es convertirme en algo parecido a un animal de compañía peludo, sumiso y cortés. Cuando me pillas en falta me deslomo en la casa. Hago la colada, tiendo la ropa, limpio todas las superficies y friego nuestras cosas con lejía barata todos los días, cada día limpio el suelo como limpio mi culpa: tarde, torpe y furiosamente. Plancho camisas, sacudo mantas, quito pelusas de polvo y pelo de debajo de los muebles. Un día vienen tus amigos, habláis de la potencia feminista del nuevo partido y yo os sirvo el aperitivo.

   Ese es el día que todo estalla, y al que te referirás más adelante. En ese momento no soy consciente, pero ese día te proporciona un asidero para lo que está por venir. Tras disponer la comida y escucharos durante un buen rato, decido ponerme ciega de vermut. Ciega de verdad. Cuando estáis discutiendo y organizando las listas electorales por municipios paso al vino tinto y mi memoria se astilla. Y para los postres estoy como una cuba y solo distingo los colores. Por lo que hemos podido recomponer, es en ese instante cuando me pides que haga café y, al parecer, según los testigos, te contesto que te levantes tú a hacerlo. Tu sonrisa, dirán después, se congela y vas a la cocina. Yo me río y les cuento a tus amigos que quieres que tengamos hijos pero que no se te levanta.



   Cuando me despierto, horas después, estoy tumbada sobre la cama con la lengua pegada al paladar y un dolor agudo en la nuca y las sienes, que se conectan como un circuito. Tus amigos se han ido ya y es de noche. No logro distinguir la expresión de tu rostro cuando me pides que vayamos al salón. Sí noto tu autocontrol. Tu voz es tranquila, pausada. Mides cada palabra. Nunca he sentido tanto terror como en ese momento. Pienso que me vas a pegar, pero no es eso lo que me da miedo. Noto, por primera vez, como si se tratara del silbato de un perro, un tono nuevo, que me pone en alerta. Se trata de un tono ya no cruel ni despectivo sino enteramente civilizado, lejano. Me doy cuenta de que me estás hablando como se le habla al público de un acto en una biblioteca municipal, como si le hablaras a una sarta de septuagenarias que están esperando la firma de un libro sobre la historia de su barrio y el chocolate caliente que sirven después. Ya no me estás hablando a mí. Comprendo entonces que no hace falta que me pegues, que yo ya estoy muerta. Por fin capto el porqué del tono pedagógico: le estás hablando a quien sea que le vas a contar todo esto. Lo más importante es quedar bien con toda esa galería de personas futuras a las que relatarás nuestra historia. Mientras la adrenalina me chorrea por las extremidades y me hago cargo de que no, que no me vas a pegar, logro entender algo sobre que lo nuestro no funciona y bla bla bla y que mejor nos separamos y que ya lo tienes todo pensado, aunque el alquiler esté a mi nombre, podemos cambiar la titularidad en el contrato porque, evidentemente, el piso te lo quedas tú.

LUCÍA LIJTMAER - "Cauterio" - (2022)


Imágenes: Patty Carroll

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