Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 8 de mayo de 2024

LE ATERRORIZABAN LOS NIÑOS NEGROS



Larry echó una mirada al niño que tenía al lado y luego fingió seguir enfrascado en la lectura. Le aterrorizaban los niños negros. El otoño que siguió al verano en el que cumplió once años, pasó a séptimo curso. La reciente redistribución de las escuelas del condado lo había sacado de la escuela pública de Fulsom y lo obligaba a ir a la de Chabot, donde el ochenta por ciento de los alumnos (el subdirector y buena parte de los profesores) eran negros, en su mayoría hijos de los hombres que trabajaban en el aserradero, o talaban árboles, o conducían los camiones de troncos. Aquellos chicos negros podían hacer todo lo que Larry era incapaz de hacer, atizarle a una pelota de voleibol, lanzar o atrapar un balón de fútbol, cazar una bola baja a ras de suelo o jugar al balón prisionero. Podían hacerlo y lo hacían. Manipulaban las pelotas como si fuesen magos, las de baloncesto se meneaban en sus manos de un modo increíble, las de béisbol desaparecían de la vista, chicos de ojos feroces que se lanzaban y tomaban las curvas de la vida con la misma suavidad que un bumerán. Aunque ninguno leía ni entendía el amor de Larry por los libros. Volvió a mirarlo de reojo y vio que Silas tensaba los labios y deslizaba los ojos por la página que estaba leyendo.

   —¿A qué curso vas? —preguntó Larry.

   Silas miró a su madre.

   —Díselo —dijo ella.

   —A octavo —dijo él.

   —Yo también.



   En Chabot, su padre dejó a los niños delante del colegio, salió primero Alice y luego Silas; Larry era plenamente consciente de lo inusual, de lo inapropiado, que era para los negros bajarse de la camioneta de un hombre blanco. Al deslizarse por el asiento, Larry miró a su padre, que tenía la mirada clavada en la carretera. Silas había desaparecido, probablemente tan consciente como Larry de la rareza de la situación, y Larry pasó por delante de aquella mujer llamada Alice, dándose cuenta por primera vez, al fijarse en la sonrisa que le dedicó, de lo encantadora que era.

   —Adiós —dijo ella.

   —Adiós —murmuró él y se marchó con sus libros. Miró hacia atrás una vez y vio a su padre diciendo algo, la mujer negaba la cabeza.

   A la hora del almuerzo, en la cafetería, buscó a Silas entre los chicos negros que ocupaban las dos mesas centrales, pero no lo vio. Tuvo que andarse con cuidado porque, si lo pillaban mirando, luego le meterían una paliza. Como de costumbre, se sentó con su bandeja y la leche a unos metros de un grupo de chicos blancos. De vez en cuando lo invitaban a unirse. Aquel día no.

   Su madre fue a recogerlo por la tarde, como de costumbre, y como de costumbre lo interrogó sobre su día. Le sorprendió lo de los inesperados pasajeros de la mañana. Le preguntó dónde los habían recogido.

   —No tenían abrigos —dijo él—. Se estaban congelando.

   —¿Dónde viven? —preguntó ella.

   Larry sintió que había hablado más de la cuenta y le dijo que no tenía ni idea. Durante el resto del viaje, su madre permaneció callada.

TOM FRANKLIN - "Letra torccida, letra torcida" - (2010)


Imágenes: Max Sansing

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