Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 6 de mayo de 2024

¿PERO VOS CREÉS EN ESAS COSAS?


—En cuanto la mujer me abrió le puse a David en los brazos. Pero esta gente además de esotérica es bastante sensata, así que dejó a David en el suelo, me dio un vaso de agua y no aceptó empezar a hablar hasta que no estuve un poco más calmada. El agua me devolvió algo del alma al cuerpo y es verdad, por un momento consideré que mis miedos podían ser una locura, pensé otras posibilidades por las cuales el caballo podía estar enfermo. La mujer miró fijamente a David, que se entretenía acomodando en fila unas miniaturas de adorno que había sobre la mesa del televisor. Se acercó y jugó un momento con él. Lo estudió con atención, disimuladamente, a veces apoyaba una mano en sus hombros, o le sostenía el mentón para mirarle bien los ojos. «El caballo ya está muerto», dijo la mujer, y yo no había dicho nada todavía del caballo, te lo juro. Dijo que a David le quedaban todavía algunas horas, quizá un día, pero que pronto necesitaría asistencia respiratoria. «Es una intoxicación», dijo, «va a atacarle el corazón». Me quedé mirándola, ni siquiera me acuerdo cuánto estuve así, helada, sin poder decir nada. Entonces la mujer dijo algo terrible. Algo peor a que te anuncien cómo se va a morir tu hijo.



   —¿Qué dijo? —preguntó Nina.

   —Andá, abrí los chupa-chupa —le digo.

   Nina se saca el cinturón, agarra el topo y sale corriendo hacia la casa.

   —Dijo que el cuerpo de David no resistiría la intoxicación, que moriría, pero que podíamos intentar una migración.

   —¿Una migración?

   Carla apagó el cigarrillo sin terminar y dejó su brazo estirado, colgando casi del cuerpo, como si todo el asunto de fumar la hubiera dejado completamente agotada.

   —Si mudábamos a tiempo el espíritu de David a otro cuerpo, entonces parte de la intoxicación se iba también con él. Dividida en dos cuerpos había chances de superarla. No era algo seguro, pero a veces funcionaba.

   —¿Cómo que a veces funcionaba? ¿Ya lo había hecho otras veces?

   —Era la única manera que tenía de conservar a David. La mujer me acercó un té, dijo que beberlo despacio me calmaría, que me ayudaría a tomar mi decisión, pero yo me lo tomé en dos tragos. No podía ni siquiera ordenar lo que estaba escuchando. Mi cabeza era una maraña de culpa y terror y el cuerpo entero me temblaba.

   —¿Pero vos creés en esas cosas?



   —Entonces David se tropezó, o mejor dicho, me pareció que se había tropezado, y tardó en levantarse. Lo vi de espaldas con su remera de soldaditos preferida, intentando coordinar los brazos para incorporarse. Fue un movimiento torpe e inútil, que me recordó a los que intentaba unos meses atrás, cuando todavía aprendía a levantarse por sí mismo. Era un esfuerzo que él ya no necesitaba y entendí que la pesadilla estaba empezando. Cuando se volvió hacía mí tenía el ceño fruncido, y un gesto extraño, como de dolor. Corrí hacia él y lo abracé. Lo abracé con tanta fuerza, Amanda, con tanta que me parecía imposible que algo o alguien en el mundo pudiera quitármelo de las manos. Lo escuché respirar, muy cerca de mi oído, un poco agitado. La mujer nos apartó con un movimiento suave pero firme. David se quedó sentado contra el respaldo del sillón, y empezó a refregarse los ojos y la boca. «Hay que hacerlo pronto», dijo la mujer. Le pregunté a dónde iría David, el alma de David, si podíamos mantenerlo cerca, si podíamos elegir para él una buena familia.

   —No sé si entiendo, Carla.

   —Sí entendés, Amanda, entendés perfectamente.

   Quiero decirle a Carla que todo es una gran

barbaridad.

   Ésa es una opinión tuya. Eso no es importante.

   Es que no puedo creerme semejante historia, ¿pero en qué momento de la historia es apropiado indignarse?

   —La mujer dijo que ella no podía elegir una familia —dijo Carla—, no podía saberse dónde iría. Dijo también que la migración tendría sus consecuencias. No hay sitio en un cuerpo para dos espíritus y no hay un cuerpo sin espíritu. La trasmigración se llevaría el espíritu de David a un cuerpo sano, pero traería también un espíritu desconocido al cuerpo enfermo. Algo de cada uno quedaría en el otro, ya no sería lo mismo, y yo tenía que estar dispuesta a aceptar su nueva forma.

SAMANTA SCHWEBLIN - "Distancia de rescate" - (2014)


Imágenes: Aron Wiesenfeld

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