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sábado, 12 de agosto de 2023

CUANDO SE CASÓ, MI MADRE AÚN NO TENÍA MIEDO


Mi padre era un hombre enorme, ancho de espaldas, con complexión de leñador y manos de gigante. Unas manos capaces de decapitar a un polluelo como quien desenrosca una botella de Coca-Cola. Además de la caza, mi padre tenía dos pasiones en la vida: la tele y el whisky. Y cuando no estaba persiguiendo animales a lo largo y ancho del planeta, cogía una botella de Glenfiddich y encendía la tele, conectada a unos bafles que habían costado lo que cuesta un coche de gama baja. Fingía hablarle a mi madre, pero si la hubiéramos cambiado por un ficus ni se habría enterado.

   Mi madre le tenía miedo a mi padre.

   Y creo que, aparte de su obsesión por la jardinería y las cabras enanas, eso es todo lo que puedo decir de ella. Era una mujer delgada con el pelo largo y aplastado. No sé si existía antes de encontrarlo a él. Supongo que sí. Debía de parecerse a una forma de vida primitiva, unicelular, ligeramente translúcida. Una ameba. Un ectoplasma, un endoplasma, un núcleo celular, una vacuola digestiva. Y con los años pasados junto a mi padre aquella poquita cosa se había ido llenando de miedo.



   Siempre me han intrigado las fotos de su boda. En mis recuerdos más antiguos, me veo buscando algo en el álbum. Algo que justificase aquella extraña unión. Amor, admiración, estima, alegría, una sonrisa… No sé, algo… Nunca lo encontré. En las imágenes, mi padre tenía la misma actitud que en las fotos de caza, pero sin el orgullo. Es evidente que una ameba no impresiona mucho como trofeo. No es muy difícil atraparla: un vaso, un poco de agua estancada ¡y hala!

   Cuando se casó, mi madre aún no tenía miedo. Parecía sencillamente que la hubieran puesto allí, al lado de aquel tipo, como un florero. Al hacerme mayor, me empecé a preguntar cómo habían podido concebir dos hijos, mi hermano y yo. Pero pronto dejé de preguntármelo porque la única imagen que me venía a la cabeza era una acometida después de cenar, sobre la mesa de la cocina, con olor a whisky. Unas cuantas embestidas brutales, no demasiado consentidas y venga…

   La función principal de mi madre era preparar la comida, cosa que hacía como una ameba, sin creatividad, sin gusto, con mucha mayonesa. Sándwiches de jamón y queso, melocotones con atún, huevos rellenos y palitos de pescado con puré de patatas. Básicamente.

ADELINE DIEUDONNÉ - "La vida verdadera" - (2018)


Imágenes: Damien Cifelli

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