Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 15 de agosto de 2023

A BUSCAR TRABAJO PARA TRAER COMIDA


La estación abandonada, una de tantas. En medio de su meditación, Jonás se percató del anciano que estaba sentado en un corroído banco de hierro en el terraplén, o en lo que quedaba de este. Miraba a Jonás con unos mostachos poblados de blanco y la cara agrietada. Sus ojos se escondían detrás de unas grandes cejas. Una boina marrón lavado y el sonido de los pájaros levantar vuelo. Se acercó con la cámara entre sus manos y, agachándose lentamente, le tomó una foto a las alpargatas terrosas.

   Clic.

   —¿Esperando el tren, amigo?

   Dicho esto, Jonás se arrepintió completamente de cómo había comenzado su intento de conversación… una estupidez que podía llevar a una respuesta cortante y sin ánimos de dialogo. Tenía interés en la historia de aquel lugar perdido. Era domingo en plena hora de la siesta. Todo estaba cerrado y eran tan pocas las casas habitadas en esas escasas cuadras. Exceptuando al viejo, no habría ni una persona despierta con quien hablar sobre la vida. El anciano movió los labios sutilmente.

   —El próximo tren se olvidó de venir. Y el último tren se llevó a mi padre.

   El dialogo que Jonás buscaba entró pesado por las vías auxiliares y se detuvo en aquel banco de hierro oxidado. Jonás dejó colgar la cámara en su vientre y se sentó junto al viejo.



   —¿Y adónde fue?

   —Adonde el tren iba, a buscar trabajo para traer comida. Pero el tren no regresó, y mi padre tampoco. Así que no hubo comida para nadie. Se olvidó de mi madre enferma al poner un pie sobre ese vagón… y de mí al sentarse… y de mis hermanas al dejarse llevar.

   —¿Usted era muy chico?

   —Era tan chico, que nadie podía verme. Esperé dentro de mi madre en la estación, con una hermana en cada mano, a que el tren se perdiera en el horizonte. El sol y las montañas se lo tragaron completo.

   —¿Y esa fue la última vez?

   —Usted habla conmigo… por hoy yo existo. Mañana volveré al olvido y volverá la «última vez» que usted menciona…

   Jonás guardó silencio, pensó en aquel pueblo, en la hierba mala que todo lo cubría, hasta las alpargatas gastadas del anciano a su lado. Se sintió una cámara, el instrumento que era una parte suya era ahora él. Y sus ojos guardaban el momento para siempre. Hasta que él fuera un anciano cansado y recordara aquel pueblo, entonces, pensó Jonás, el anciano de la estación existiría nuevamente por unos instantes… para caer en el olvido una «última vez» más. Clic.



   —Hoy tampoco vendrá… —Se paró lentamente, aferrando sus rodillas y quitándose la boina en el proceso— y Rascó sus canas sudorosas con la mano que apretaba la boina. El sol, cubierto por una nube pasajera, lanzaba halos luminosos hacia el rostro vencido del viejo. Las palabras salían de su boca cuarteada como una formación del ferrocarril. —Mañana moriré, me lo ha dicho Miáfara, el viejo que ve los mañanas.

   Jonás notó el revólver en la cintura, la culata sobresalía sutilmente fuera de la bombacha de campo. El anciano miró a Jonás fijamente.

   —Lo voy a matar ni bien aparezca.

   Una brisa movió las hojas y Jonás sintió frío. Contemplando al hombre y detrás de él, el sol queriendo escaparse de aquella nube.

   —¿A quién?

   —Al tren ese que me quitó la vida.

   Y miró una vez más su horizonte… y en ese momento, instintivamente, Jonás alzó su cámara y fotografió la imagen más profunda que en su vida había visto. Y el anciano existió por un tiempo más, esperando que el sol le devolviera su pasado. Edgardo Mistre murió en su cama la mañana siguiente, derrotado por el tiempo. Murió de viejo y amargado, con una mano sobre la culata en su cintura. Esperando escuchar a lo lejos aquel traqueteo mecánico y el silbato de una locomotora desguazada mucho antes que él.

   Esa tarde Jonás supo que el verano había terminado… estaba en la estación del olvido, que comienza un día, y se extiende al infinito.

FABIÁN BEVILACQUA - "Un cuarto de historias" - (2016)


Imágenes: Kathleen Vance

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