Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 15 de junio de 2023

Y SE ECHÓ A LLORAR


Era como si el corazón fuera a estallarle en el pecho. Al borde de las vías del Metro, pensó: No puedo más. Y las voces. Sandra había empezado a escuchar voces. Le decían: ¿Por qué no terminas con todo? Nada vale la pena. Hagas lo que hagas no te salvarás. Sería tan fácil cerrar los ojos y saltar. En medio de aquella angustia, esa marea oscura que amenazaba con tragarla, surgió una lucecilla súbita: No puedo morirme sin conocer el Taj Mahal. Contempló la llegada de los vagones y una sensación de vértigo y peligro la obligó a dar un paso atrás. Aterrorizada por lo que había estado a punto de hacer, repitió aferrándose a esa única ilusión: No me puedo morir sin conocer el Taj Mahal.

   Su mente trabajaba a mil por hora. Tenía unos ahorros en el banco. Los gastaría en el viaje. Abandonaría el trabajo y lo que fuera necesario. Se dirigió a la agencia más cercana con tanta premura como si en aquello se le fuera la vida. Consiguió un vuelo con escala en París para el fin de semana siguiente. Pero tendría que permanecer un par de días ahí para aprovechar una tarifa económica de Air India que le incluía un hotel austero en Agra, la ciudad donde se asentaba el palacio de su anhelo. Sonrió después de quién sabe cuánto tiempo solo de pensar en el castigo de tener que caminar a la vera del Sena, entre las bouquineries y los álamos y liquidámbares que cercaban el río. Era cierto lo de la sonrisa. Lo percibió en los músculos pesados y el esfuerzo para que su rostro se aligerara como si en vez de piel tuviera una rígida máscara de cerámica. Solo de sentir el poder de esa sonrisa, pensó en todo lo que había estado a punto de perder. De haber cedido a la desesperación, se habría convertido en otra suicida del Metro. Imaginó su cuerpo desmembrado y su carne quemada entre las ruedas como un espectáculo de horror inexplicable para los otros y cerró los ojos.



   A su mente acudió el recuerdo de la carta de un suicida en un libro cuya portada le habían encargado diseñar. En ella, su autor agradecía a todos las bondades que le habían prodigado en la buena época de su vida. Entre aquella innumerable lista de gestos amistosos y virtudes solidarias, de pronto surgían los dejos de rencor, aguijonazos lanzados de golpe y porrazo: «A mi madre por ser la mejor mamá del mundo, con sus aciertos magníficos y sus errores catastróficos…». Por eso resultaba tan extravagante la mención de un gato en aquella larga carta, precisamente en un discurso que buscaba remediar el vacío sin que interviniera ya ningún razonamiento lógico. «A Tudi, por ser tan gato…». Una suerte de generosidad sin límites que lo anegaba todo en una oleada de amor y narcisismo.

   Pero Sandra no había pensado dejar nota alguna porque la idea del suicidio surgió como un salvavidas inesperado en medio del hundimiento. No sufrir más. Que todo se fuera al diablo… incluida ella. Por eso, ahora que la vendedora de la agencia de viajes le extendía el boleto con su nombre, no pudo evitar acordarse de que apenas unas horas antes había estado a punto de arrojarse a las vías del Metro, y volvieron a su mente las luces del tren que titilaban en la oscuridad del túnel, la ilusión intempestiva de ver el Taj Mahal que la había salvado en el último momento, y el recuerdo imposible de Tudi, ese gato tan gato que ella no había conocido, y se echó a llorar.

ANA V. CLAVEL - "Breve tratado del corazón" - (2019)


Imágenes: Ema Shin

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