Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 20 de junio de 2023

ROBADO EL CRÁNEO DE MURNAU


Imagino que, igual que yo, muchos de ustedes descubrieron atónitos el siguiente titular, que apareció hace algunos meses en la prensa: «Robado el cráneo de Murnau, director de Nosferatu». Según informaba el periódico, alguien había profanado el mausoleo del cineasta, en el cementerio de Stahnsdorf, próximo a Berlín, y había robado su cabeza embalsamada, que a pesar de llevar allí más de ochenta años aún conservaba, tal como relataba en la noticia el administrador del cementerio, no solo algunos restos del cabello y de los dientes, sino también el aire inconfundible, el porte magnífico de Herr Murnau. Entre los móviles que barajó la policía, al parecer tomó fuerza enseguida el del ritual satánico, basado principalmente en el rastro de cera fundida que se halló sobre el ataúd.

   Ahora bien, a diferencia del de ustedes, mi estupor no tiene que ver tanto con la extravagancia de quitarle la cabeza a un muerto como con la certeza de conocer al culpable. Si tras su pista alguna vez la policía berlinesa llamase a mi puerta, entregaría gustosa una caja que él me dejó y que contiene documentos que, al menos a primera vista, guardan relación con el caso, aunque yo sepa de sobra que en su interior no se hallará evidencia útil ninguna. En mi precario alemán y como venganza servida en bandeja contra el tipo que se fue sin despedirse, les aseguraría a los agentes que del huido Quirós (pues ese es el nombre del profanador) cabría esperar cualquier rareza y que era pura obsesión lo que sentía por el tal Murnau.


 

 Si, además, como requerimiento insoslayable de la investigación, se me pidiera contar al detalle lo que sé de Quirós, lo mejor sería comenzar por la tarde en que llegó a mi casa, desbaratando la idea de acercarme de una vez por todas a la biblioteca de la Facultad de Letras en busca de alguno de los libros de Arnold Kreikamp, ese autor bávaro del que hasta hacía un puñado de días no había escuchado ni palabra.

   En efecto, cuando casi había logrado vencer la desgana y a disgusto estaba vistiéndome para salir, una llamada me obligó a cambiar de planes. Era Daniela, la casera (o lo que es lo mismo: LA PROPIETARIA), para avisarme de que su amigo Quirós regresaba de improviso a Barcelona y que iba a alojarse por una temporada en el segundo piso de la casa que yo tenía alquilada. Aunque es cierto que nadie habitaba la planta de arriba y que en realidad LA PROPIETARIA la utilizaba de trastero para guardar sus chismes, que me endosase con tal alegría a Quirós —tan desconocido entonces como lo era Arnold Kreikamp— respondía sin duda a un abuso de confianza por el que encima ni siquiera se excusó. Es un tipo silencioso, prácticamente un ermitaño, dijo sin molestarse en disimular que exageraba. Y, dado que ella no iba a tener tiempo libre hasta la noche, me pidió que recibiese yo a Quirós, que llegaba en avión y que en aquellos momentos estaría a punto de aterrizar en el aeropuerto de El Prat. 



 Es un buen amigo y le debo un par de favores, así que dale la bienvenida que se merece: ya sabes, hazle sentir cómodo. Por un segundo me pregunté si me estaba chuleando, si sus palabras escondían una instrucción indirecta que yo debía cazar al vuelo, pero de inmediato acepté sin poner pegas. Aparte de que deseaba terminar la conversación lo antes posible, LA PROPIETARIA es seguramente la persona con la que mantengo un vínculo más estable y duradero, y me habría dolido echarlo a perder por una pequeñez. Aunque me hago la dura, siento por ella una gratitud a prueba de bombas, sobre todo, porque me alquila a muy buen precio el casoplón que fue de sus abuelos. Es verdad que la construcción se echó a perder hace muchos años y que, mirándola desde la calle, parece un despojo de otro tiempo que cualquier día de estos se desploma y le pega un buen susto al barrio, pero a mí siempre me ha parecido un lugar bastante confortable. No se equivoquen: no es que sea yo una de esas fanáticas trasnochadas que demoniza el lujo y se recrea en una vida modesta, pero digamos que mis apuros económicos son tan recurrentes que lo mejor ha sido encontrarle el gusto a la vida austera e, incluso, en cierto sentido buscarle la épica. Dándomelas de espartana he conseguido no pocas veces dignificar mi situación y hasta me he atrevido a dar lecciones morales. Soy, como ven, una mujer con ciertas habilidades retóricas. En la retórica, de hecho, pongo a día de hoy casi todas mis esperanzas, que solamente son razonablemente raquíticas.

RAQUEL TARANILLA - "Noche y océano" - (2020)


Imágenes: Rodney Smith

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