Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 21 de marzo de 2023

EN EL ZOO FUE TODO DISTINTO


En el zoo fue todo distinto. Todo comenzó en el zoo; en el olor del zoo, en el nerviosismo con que nos bajamos del minibús.

     Todo lo nuevo: el zoo. Todo lo violento: el zoo.

     Y pensar que el mundo puede concentrarse en un colmillo, y que ese colmillo se ve a través de los labios, que le sale un poco el colmillo al animal, y es blanco, que está hecho para hundirse en la carne, y que el lobo, que es en realidad malo, parece bueno detrás de la reja… Entonces se mira cómo han crecido el uno para el otro, la reja y el lobo, cómo se ha vuelto manso el lobo y la sombra le ha amarilleado el pelo, cómo se le ha concentrado el bosque en los ojos. Nos dejaban poner la mano hasta tocar casi la barandilla para que sintiéramos miedo y dijéramos:

     «¿Te imaginas que no hay reja? ¿Eh? ¿Te imaginas?»

     Parecía que el lobo nos oía y nos entendía porque levantaba el hocico y la mirada se le colmaba de saliva y tenía ganas de saltar sobre nosotras.

     ¿Y qué los elefantes? ¿Y los rinocerontes? ¿Y las focas? No, las focas eran previsibles y hacían monerías, daban golpes a la pelota y luego recibían su premio de pescado, pero el elefante estaba cansado de cacahuetes y tenía una piel muy gruesa, y nos teníamos que poner todas a gritar para que nos hiciera caso. Entonces levantaba una mirada agotada, bebía sin sed del barreño sucio, se acercaba pesado como si todo le estorbara y cada paso fuese un gran esfuerzo, por eso perdía siempre y nosotras sentíamos más compasión por el elefante que por la foca, porque era más grande y más triste, porque nos parecíamos más.



     Marina estaba inquieta. Lo estuvo desde que salimos aquella mañana, desde que nos levantamos y nos duchamos. Luego, ante los pavos reales, se quedó pasmada. Nosotras estábamos cerca y sentimos su inquietud. Y era a la vez como si su inquietud la transfigurase, la hiciese luminosa y brillante.

     «¿Qué miras, Marina?»

     «Los pavos reales, son bonitos los pavos reales. Son bonitos, sí. Son bonitos y a la vez no son bonitos, y miran con sus miles de ojos en la cola.»

     Misteriosamente todas fuimos acercándonos a ella, sin pretenderlo. Una enorme atracción nos empujaba a desear su contacto, a buscar su voz, a desear sus gestos. Ya no queríamos a los animales, ni el miedo del lobo, ni la quietud del elefante, ni la gracia brillante de los delfines, queríamos el contacto de Marina, y no sabíamos qué hacer para arrojarnos a ese desierto.

     Teníamos ganas de decir: «¿Dónde estás, Marina?»

     Y sin embargo estaba allí, junto a nosotras, derramándose, mirando los pavos reales, sabíamos que iba a decirnos algo, y nosotras estábamos sedientas de esa palabra. Si nos hubiese dicho: «Abandonadlo todo y arrojaos al lobo», lo habríamos hecho. Si nos hubiera dicho: «Abalanzaos todas sobre el pavo real y asesinadlo», lo habríamos hecho también.



     «Esta noche haremos un juego», dijo.

     «¿Qué juego, Marina?»

     «Un juego que yo me sé.»

     «¿Y cómo es?»

     «Esta noche lo hacemos.»

     «¿No nos puedes decir nada?»

     «No, esta noche.»

     El resto de la excursión se tiñó también de esa inquietud de la espera. Era necesaria la espera. Y en la hora de comer vimos cómo alimentaban a los tigres, cómo ellos también estaban inquietos, y un hombre entraba por una esquina mientras el otro los despistaba por la otra, y dejaba allí pedazos enormes de carne cruda. Detrás de la caja, mientras el hombre salía, algo crujió, y de pronto los tigres se abalanzaron sobre la carne. Eran tres. Se enroscaron como una hiedra en torno a la comida. Las espinas dorsales se unieron en un solo ramo de carne y furia hasta formar una sola criatura fantástica de tres cabezas que comía. Los hocicos se mancharon de sangre. Nos habían dicho que los tigres eran bonitos, nos habían mentido.

     En el autobús nos pusimos a cantar pero seguimos viendo las bocas de los tigres, los colmillos del lobo, el desamparo del mono que quería ser hombre y no podía, el olor del elefante, la piel plastificada del delfín.

ANDRÉS BARBA - "Las manos pequeñas" - (2008)


Imágenes: Kristin Kwan

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