Desapegos y otras ocupaciones.

viernes, 18 de marzo de 2022

Y NADA

 


Esta es la declaración del funcionario que nos dio el primer aviso. No hace falta que te la leas, ya te la resumo: el declarante es auxiliar en una administración de Hacienda. Nuestro hombre se detuvo ante su mostrador, esperó su turno y después preguntó. Quería entregar su declaración de la renta, pero el funcionario le dijo que no, que desde este año ya no se puede, hay que descargarse el programa de ayuda desde casa y presentarla en la web. Entonces este tipo que tienes delante le explicó que él no tiene ordenador. Fíjate: no que no tenga Internet. Ni siquiera ordenador. El funcionario, habituado a encontrar analfabetos tecnológicos pero de mayor edad, le propuso ir a un locutorio, pero necesitaría una cuenta de correo para recibir la clave de acceso. Como nuestro hombre le dijo que tampoco tenía correo, el otro, cada vez más impaciente, le explicó que valía con el móvil, por sms. Pero este se encogió de hombros y sonrió. Tampoco tenía móvil.



   Me está usted tomando el pelo, le soltó el malhumorado funcionario, después de que declarase no tener tampoco cuenta bancaria, por lo que no podía hacer el trámite en una sucursal. Me está usted tomando el pelo: ni ordenador, ni móvil, ni banco; vive en la selva o qué. El sospechoso no se molestó, se limitó a esperar, aguantó la mirada enojada del funcionario, que acabó por pedirle sus datos personales con la promesa de que consultaría a sus superiores. Nada más marcharse, el funcionario tecleó sus datos en el ordenador y comprobó lo que ya sabemos: que no había nada destacable en su historia fiscal, todas las declaraciones presentadas en plazo, ni un solo error, ni un expediente.

   Ahí podía haber terminado la historia. No había nada extraño, no todo el mundo tiene Internet o móvil, incluso aunque el tipo sea joven, tenga un sueldo suficiente y viva en una zona de clase media. No había nada extraño, pero el trabajador sospechó. Ya sabes, a nosotros nos pasa a menudo: la intuición, el instinto, llámalo como quieras, ese momento en que te detienes y miras bien la realidad, algo te reclama, un ruido de fondo, un calambre cuando decides que no te vale la explicación sencilla, que algo no encaja, y entonces cavas un poco más profundo hasta que golpeas algo duro. Cloc.



   Algo así le pasó al funcionario. No se quedó conforme. Vio algo extraño en el tipo y decidió comentarlo con un conocido, un policía. No uno de los nuestros, no. Un municipal. Espera, que busco su declaración. Aquí está. Cuando el agente supo de aquel enigmático ciudadano, cumplió con su deber: quiso saber más. Un buen policía, consciente de su responsabilidad como centinela, atento a lo que no está en primer plano, a lo que se desliza por el fondo, a lo que se oculta. El policía hizo sus propias averiguaciones, él dice que por celo profesional, yo lo llamaría curiosidad. Miró en los archivos de tráfico, comprobó que el tipo no tenía ningún vehículo a su nombre. Tampoco había sido multado nunca. Entró en el sistema informático del ayuntamiento, y nada: ni rastro de nuestro hombre, que por lo visto nunca había solicitado nada, ni denunciado, ni reclamado, ni se había inscrito en ningún servicio ni actividad nunca.

   De acuerdo, seguimos moviéndonos en un terreno aún comprensible, seguramente no sea el único que evita cualquier trato con la administración más que el imprescindible, que en su caso era la declaración de la renta año tras año. Pero aquel policía tampoco se quedó conforme, y buscó en Google. No era fácil, pues ya has visto el nombre y los apellidos de nuestro hombre: son como él, comunes, le hacen indistinguible entre millones que comparten alguno de sus apellidos, entre miles que repiten esa misma combinación de nombre y apellidos. Aun así el agente se empleó a fondo, usó los pocos datos que tenía de él para afinar la búsqueda, su dirección, su DNI. Y nada.

ISAAC ROSA - "Tiza roja" - (2020)


Imágenes: Efi Logginou

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