Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 16 de marzo de 2022

ME ASUSTABA ACERCARME A LA DESGRACIA

 


Un par de semanas después me conocía todos los lugares de paso de los indigentes de San Francisco.

   Aunque en esos momentos no me daba cuenta, ya entonces comenzaba a operarse un cambio sustancial en mí. Siempre había tratado de mantenerme fuera de la calamidad, la pobreza o las miserias, como una especie de escudo, de defensa personal. Cuando en las noticias emitían imágenes de guerras o de niños malnutridos, cambiaba automáticamente de canal. Cuando fallecía el familiar de algún amigo, le enviaba mis condolencias junto a flores o algún otro detalle y me excusaba para no tener que acudir al sepelio. Cuando, en fin, las desgracias pasaban cerca de mí, yo cruzaba a la acera de enfrente.

   No es que fuera una insolidaria, no os vayáis a pensar. Ni que me diera igual el resto del mundo. Lo que ocurre es que no le veía sentido a padecer por algo que yo no podía cambiar. A mi manera, aportaba mi granito de arena, o así lo veía yo. Donaba regularmente la ropa que ya no usaba, daba propina a la gente que tocaba música en el metro, dejaba algún paquete de arroz en los mercadillos solidarios, e incluso una vez hice un ingreso ante un huracán que desoló una bella isla asiática. El problema era que me asustaba acercarme a la desgracia, como si ello pudiera contagiarse, y también porque estaba convencida de que me haría sufrir, y era más fácil protegerme de ella manteniéndome lo más lejos posible.



   Y no puedo decir que no me faltara parte de razón. Porque cuando comencé a acercarme a esas personas, cuando perdí el miedo a mirarlas a los ojos y afrontar su desconsuelo, cuando algunas de ellas por fin comenzaron a confiar en mí y contarme sus historias, sufrí. Claro que sufrí viendo las carencias con las que tenían que sobrevivir, claro que me fui a casa muchos días sin poder dormir al conocer su triste pasado, y sin embargo, un sentimiento diferente, desconocido, fue germinando en mí. Un vínculo especial con todas esas personas, como si todos estuviéramos conectados de alguna forma. Sonará extraño, pero sentía que el ser humano no era un sinnúmero de individualidades como nos han enseñado a creer y a comportarnos, sino un concepto mucho más global, y era ese concepto global el que estaba fallando. Sentía que si contribuía a mejorarlo, me mejoraba también a mí misma. Me redimía. Por eso, aunque padecía con sus historias, percibía al mismo tiempo su alivio al contarlas, y eso me consolaba a mí también.

SUSANA MARTÍN GIJÓN - "Náufragos" - (2015)


Imágenes: Mrs White Photoart

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