Desapegos y otras ocupaciones.

miércoles, 30 de septiembre de 2020

SONREÍR PARA LOS DEMÁS


     

En muy contadas ocasiones perdía la paciencia con ella. Cuando mi madre no estaba delante, no es que le dedicara grandes elogios, pero nunca la criticaba. En mi presencia no recuerdo ni una sola vez que la descalificara, pero también es cierto que nunca la calificaba. Sólo una vez recuerdo haber oído que le dedicara un adjetivo. Estábamos en el jardín y habíamos cenado. Mamá estaba dentro, quizá metiendo platos en el lavavajillas. Mi hermana pequeña le preguntó de repente a nuestro padre cuál era la primera cosa que se le había pasado por la cabeza cuando conoció a mamá. Él contestó en el acto:

   —Era diáfana —dijo—. Es la primera palabra que me vino a la mente cuando la conocí: «diáfana.»

   —¿Diáfana? ¿Como un local comercial? —dije.

   Él sabía que mamá y yo no nos llevábamos muy bien, y replicó, molesto:

   —Sí, exacto: sin tabiques, sin rincones, sin pasillos… ¡Diáfana!

 


 Así pues, máxima visibilidad, todo a la vista. Eso es lo que el adjetivo significa. Y, ¿qué era lo que se veía? Una actitud siempre afable, una estabilidad a prueba de bomba y una sonrisa leve y plácida que, por entonces me enervaba pero que con el tiempo he aprendido a valorar. No importaba el tema de conversación que estuviéramos tratando, por desagradable que fuera, mamá sonreía. Y no era la sonrisa aprendida y ceremoniosa que esbozan muchos orientales cuando están en tensión, era una sonrisa que parecía corresponder a una dulce serenidad interior. Entonces esa sonrisa me parecía estúpida, ahora me parece balsámica y a veces la ensayo ante el espejo: sonreír para los demás, sonreír como una pequeña ofrenda. Sonreír como ella lo hacía, aunque sepas que eres un cero a la izquierda. Aunque sepas que tu marido te pone los cuernos a diestro y siniestro con mujeres fascinantes y que a tus hijas, encima, les encanta.

   No es que tenga pruebas de ello, pero que papá se ha pasado la vida siéndole infiel es algo que veo con meridiana claridad. Así se lo contaba a mi hermana, y también es cierto que el tema fue para nosotras motivo de entretenimiento. Rut y yo pasamos gran parte de nuestra infancia fantaseando con lo que llamábamos «la vida secreta de papá». Nuestro padre acudía a congresos que se celebraban en lugares remotos llamados Johannesburgo o Vancouver, se alojaba en hoteles que se llamaban Hilton Place o Melrose Terrace, y siempre estuvimos convencidas de que ahí llevaba una vida que le cuadraba, una vida que estaba en consonancia con él, en suma: la vida que se merecía.

IMMA MONSÓ - "La mujer veloz" - (2012)

Imágenes: Lân Nguyen

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