Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 26 de septiembre de 2020

DIOS ES COMO EL SOL


  
 En la iglesia reformada del dique siempre nos sentamos en el primer banco —por la mañana, por la tarde y a veces incluso a la hora de comer, para la misa de los niños—, de modo que todo el mundo nos ve entrar y sabe que, a pesar de nuestra pérdida, seguimos acudiendo a la Casa de Dios, que creemos en él a pesar de todo. Aunque a medida que pasa el tiempo tengo menos claro que Dios me caiga lo bastante bien como para querer hablar con él. He descubierto que se puede perder la fe de dos maneras: hay gente que pierde a Dios cuando se encuentra a sí misma, otros pierden a Dios cuando se pierden a sí mismos. Creo que formo parte del último grupo. La ropa de domingo me tira en los brazos y las piernas, como si todavía estuviese adaptada a las medidas de la antigua versión de mí misma. La abuela compara lo de tener que ir tres veces a misa con atarse los cordones: primero haces un nudo plano, después un lazo y al final un doble nudo, para estar seguro de que no se suelte. Pues con este tema es lo mismo: para retener el mensaje hay que ir tres veces. Y los martes por la tarde Obbe, un par de excompañeros de primaria y yo tenemos que ir a catequesis a casa del reverendo Renkema para prepararnos para la confirmación. Cuando acabamos, su mujer nos da limonada y una rebanada de pan de jengibre. Me gusta ir, pero más por el pan que por la palabra de Dios. 

   

Durante la misa deseo, con mucha frecuencia, que vuelva a desmayarse o que se encuentre mal algún viejecito del último banco (los viejos se sitúan todos al fondo para irse a casa antes que nadie). Ocurre con frecuencia, se oye el bum sordo de un viejo que se dobla como un libro de himnos, y si hay que sacar a peso a alguien de la congregación, una oleada de confusión invade siempre la iglesia, una confusión que une más a los feligreses que todas las palabras de la Biblia juntas. Es la misma oleada que me invade a mí. Pero en la iglesia no solo tiene que ver conmigo. Girando a medias el cuello nos fijamos en quien ha caído hasta que desaparece a la vuelta de la esquina, solo entonces retomamos el salmo. La abuela también es vieja, pero a ella nunca se la han llevado de la iglesia. Durante el sermón fantaseo con que se desploma, yo la saco en brazos heroicamente y todo el mundo retuerce el cuello para mirarme. Pero la abuela está fuerte como un toro. Según ella, Dios es como el sol: siempre está contigo, por muy rápido que pedalees, siempre te sigue. Sé que tiene razón. Alguna vez he intentado desembarazarme del sol adelantándome a él, pero siempre lo tenía a la espalda o lo veía con el rabillo del ojo.

MARIEKE LUCAS RIJNEVELD - "La inquietud de la noche" - (2018)

Imágenes: Nihil Veilleur

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