Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 24 de septiembre de 2020

TODO CAMBIA


    Todo cambia. Mis amigos y conocidos, por ejemplo, cambian las cortinas del cuarto de estar como cambian de empleo, cambian de domicilio, cambian acciones ordinarias por bonos del Estado, o viceversa, y bicicletas por motos; truecan sellos, postales, monedas, los buenos días, ideas y opiniones; algunos intercambian también sonrisas.

   En un barrio de Jerusalén conocido por el nombre de Shaare Jesed vivió en un tiempo un cajero que, en el transcurso de sólo un mes, cambió de hogar, de mujer y de aspecto (se dejó crecer un gran bigote pelirrojo y patillas del mismo color), cambió de nombre propio, de apellido, cambió sus horarios de comidas y de descansos; por decirlo de un plumazo, cambió absolutamente de todo. Un buen día cambió incluso de trabajo, se convirtió en batería en un club nocturno y dejó su empleo en el banco (si bien no es éste, por cierto, un asunto que tenga mucho que ver con los cambios, sino más bien algo parecido a darle la vuelta a un calcetín).


   Incluso mientras nos paramos a reflexionar sobre ello, el mundo alrededor cambia sin cesar. Aunque la transparencia azul del verano aún pende sobre la tierra, aunque aún hace calor y el cielo resplandece aún sobre nuestras cabezas, con eso y con todo, cerca del atardecer se percibe una nueva tibieza: de noche llega una cierta brisa que trae consigo el aroma de las nubes.

   Y a medida que las hojas empiezan a enrojecer, asimismo se torna el mar un punto más azul, la tierra algo más ocre, hasta las colinas más lejanas se diría que están más lejos aún.

   Todas las cosas.

   Y en cuanto a mí, que tengo más o menos once años y dos meses, he cambiado por completo, cuatro o cinco veces, en el curso de un solo día. Así que ¿por dónde empezaré a contar mi historia? ¿Por el tío Zémaj o por Esti? Cualquiera de los dos serviría. Pero creo que empezaré por hablar de Esti.

AMOS OZ - "La bicicleta de Sumji" - (1978)

Imágenes: Khasoul

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