Desapegos y otras ocupaciones.

martes, 28 de abril de 2020

EL HONOR ES UNA MORTAJA


Martínez llevaba tantos años de médico legal que se sentía más cómodo entre cadáveres que en compañía de la mayoría de vivos —tampoco eran muchos, a decir verdad— con los que trataba. Le daban todas las respuestas necesarias y no le interrumpían ni con opiniones estúpidas ni con preguntas intrascendentes. «Eso sí, hay que saber mirar bien», puntualizaba. Y él era todo un experto.

   Había descifrado cientos de difuntos en su carrera. «Leer un cuerpo es como leer un buen libro. Tiene todos los elementos esenciales: un detonante, un conflicto, un personaje, un nudo y un desenlace. Lo único que no te cuenta un muerto es por qué. Los cadáveres solo resuelven el cómo y el cuándo. Los motivos del alma son otra cosa», solía decirle a todo aquel que se molestara en dedicar un soplo de su tiempo a escucharle.



Cuando llegó al salón, asomó la cabeza despacio. Esperaba descubrir al Can Cerbero con fauces espumosas y hambre retrasada, pero no había ni rastro del animal. Tampoco la casa olía a perro, pero aún tenía la herrumbre de la sangre metida en la nariz. Entonces observó a la mujer dirigirse hacia un pequeño radiocasete posado sobre el mueble del televisor. Apretó un botón y los ladridos cesaron de golpe.

   —Aquí se cuela mala gente de vez en cuando. Son de Sansón, el perro de mi nieto. También me hacen compañía y así los vecinos saben que sigo de una pieza.

   Corominas sonrió.

   —¿Y funciona?

   La mujer le miró de arriba abajo.

   —A juzgar por cómo le temblaban las piernas, diría que sí.

   —No me gustan demasiado los perros —se justificó Corominas.

   —Claro. Es usted de gatos, siendo policía.


   El inspector la miró, sorprendido.

   —Los gatos hacen su vida sin uno. Son perfectos para un trabajo como el suyo. Pero no te dan el cariño de un perro, no señor.


Tras estrecharle la mano, Pujades se sentó en su escaño y señaló la silla frente a él.

   —Lo primero que les digo a mis clientes cuando vienen aquí por primera vez es siempre lo mismo. Señor Álvarez: ¿está usted completamente seguro de que quiere saber? Es algo que debe pensar muy detenidamente. Sé por experiencia que cuando la gente acude a este despacho está dolida, cabreada y rabiosa. Eso hace que tomen decisiones sin pensar. La gente no quiere realmente saber si su mujer se folla a otro, o si su socio y mejor amigo les está robando. La mayoría acude aquí porque les resulta más barato que ir al comecocos, se lo digo así. La cantinela de que la verdad os hará libres es una gilipollez, señor Álvarez. Es mejor seguir siendo feliz y que la mujer de uno se alivie con otro de vez en cuando que mandarlo todo a la mierda por orgullo. Ese es mi consejo. Por eso le recomiendo que vuelva a su casa, se siente tranquilamente en el sofá, se tire a su mujer lo mejor que sepa y piense si realmente quiere conocer la verdad.


   Pujades se sabía el discurso de memoria. Incluso había conseguido que sonara creíble. Por supuesto, no tenía ninguna intención de perder a un cliente, pero sí de mostrarse comprensivo y de confianza. Con el tiempo había constatado que su depurada técnica de marketing le reportaba siempre beneficios. Y, además, le hacía parecer más humano, comprensivo y honrado, tres cualidades que rara vez iban de la mano en su profesión. Cuando te dedicas a hurgar en la miseria de la gente, la empatía es fundamental. O cuanto menos, hay que aparentarla.
CARLOS BASSAS - "El honor es una mortaja" - (2013)

Imágenes: Carly Janine Mazur

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