Desapegos y otras ocupaciones.

sábado, 11 de abril de 2020

EL TESTAMENTO DE MARÍA


Intenté ver su rostro mientras gritaba de dolor, pero estaba tan deformado por el sufrimiento y cubierto de sangre que no lo reconocía. Sí reconocí su voz, un sonido que solo le pertenecía a él. Miré alrededor. Sucedían otras cosas: la gente herraba y daba de comer a los caballos, jugaba, lanzaba insultos, contaba chistes, encendía fuegos para cocinar, y el humo ascendía y se propagaba por toda la colina. Ahora me cuesta entender que me quedara allí observando todo eso; que no corriera hacia él ni gritara su nombre. Pero no lo hice. Observé la escena horrorizada, pero no me moví ni despegué los labios. Nada hubiera logrado amedrentar la implacable determinación de aquella gente. Nada hubiera logrado amedrentar su organización y su rapidez. Sin embargo, no deja de ser extraño que nos quedáramos allí mirando, que yo decidiera no hacer nada que me pusiera en peligro.


 Mirábamos porque no teníamos elección. No chillé ni corrí a rescatarlo porque no hubiera servido de nada. Me habrían apartado como algo llevado por el viento. Pero también es extraño, sigue pareciéndome extraño después de tantos años, que yo tuviera la capacidad de controlarme, de sopesar la situación, de mirar y no hacer nada, de decidir que eso era lo mejor. Nos abrazamos y nos mantuvimos apartados. Eso hicimos. Nos abrazamos y nos mantuvimos apartados mientras él aullaba palabras que no logré entender. Y tal vez hubiera tenido que acercarme a él, sin pensar en las consecuencias. No habría servido de nada, pero al menos ahora no tendría que estar dándole vueltas y más vueltas, preguntándome cómo es posible que no corriera hacia él ni apartara a aquellos hombres ni gritara, cómo es posible que permaneciera inmóvil y en silencio. Pero eso hice.
COLM TÓIBÍN - "El testamento de María" - (2012)

Imágenes: István Sándorfi

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