Desapegos y otras ocupaciones.

jueves, 19 de octubre de 2023

QUERÍA QUE EL GOBIERNO ME DIERA UNA TELEVISIÓN


Durante años me dijeron que mi padre había muerto o desaparecido en Tlatelolco, el dos de octubre de 1968. Mi madre apenas hablaba de él. Ella era una mujer fuerte, decidida, que se quebraba sin escándalo ni histeria en depresiones que confirmaban de modo negativo su reciedumbre. Trabajaba doble turno en un instituto y una clínica para sordomudos. Llegaba a casa harta de luchar por que la gente dijera cosas. No quería oír preguntas, y yo dejé de hacerlas. Sólo sabía que la muerte de mi padre le afectó menos de lo que le hubiera afectado a otra persona, alguien capaz de llorar. Ella no lloraba. Nunca lo hizo. Es algo en verdad extraño. ¿Habrá un registro de hijos con madres que jamás lloraron? Debe ser un grupo pequeño y confundido. No me hubiera gustado ver llorar a mi madre, pero que no lo haya hecho me parece inexplicable.

   Mi padre era ingeniero y en apariencia sus colegas no lo querían. «Tenía un genio espantoso. Además, era un astro del cálculo, eso no se perdona», decía mi madre.



   No recuerdo dramas en mi primera infancia, pero mis padres sólo se llevaron bien en la medida en que convivieron en silencio, algo extraño para una terapeuta del lenguaje.

   Es posible que la ruptura o la desaparición de mi padre, cuando yo tenía nueve años, haya sido un alivio para ella. ¿Él aprovechó el caos en la Plaza de las Tres Culturas para liberar a mi madre de su muda presencia? La palabra «Tlatelolco» llegaba como el nombre secreto de una separación pactada.

   El movimiento estudiantil no había sido popular en mi barrio ni en mi escuela. La hipótesis de que mi padre hubiera muerto por esa causa lo asociaba a un misterio delictivo. Sin embargo, con los años, el movimiento ganó prestigio y sus protagonistas fueron vistos como víctimas. A partir de entonces pensé que eso me daba derechos especiales. Cuando sonaba el timbre del departamento, imaginaba a un mensajero del gobierno con una televisión a colores por tener un caído en Tlatelolco.

   Sólo una vez me beneficié de esa tragedia. De algún modo, el maestro de civismo se enteró de la desaparición de mi padre. Me puso 10 sin mérito alguno. La recompensa me molestó. No quería un 10 en civismo. Quería que el gobierno me diera una televisión.

JUAN VILLORO - "Arrecife" - (2012)


Imágenes: Cinta Vidal

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