Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 9 de octubre de 2023

HACIA UN CUENTO DE HADAS


Por el bosque impenetrable a causa del hielo, por campos cubiertos de nieve, hacia las afueras de un pueblo en el noroeste del estado, hacia un casa en las lindes de los Grandes Bosques del Norte, hacia…

   Hacia un cuento de hadas.

   El niño se llamaba Daniel Weaver. Tenía cinco años y su rostro reflejaba ese tipo de gravedad que solo se ve en los rasgos de los muy pequeños y los muy mayores. Sus ojos, bastante oscuros, no se apartaban de la mujer que tenía delante: Holly, su madre, aunque si hubieran estado separados el uno del otro, nadie que no los conociera los habría relacionado a simple vista. Ella era rubia y Daniel tenía la piel de ébano; ella, rubicunda, él, lánguido; ella, luminosa, frente a la oscuridad que desprendía él. Ella lo amaba —lo había amado desde el primer momento—, pero su temperamento, como el color de su piel, le resultaban ajenos. Un bebé cambiado al nacer, podría haber pensado alguien, dejado en la cuna mientras a su verdadero hijo —menos inquieto que este, más cariñoso— se lo llevaban a morar en las profundidades de la tierra con seres más viejos, para que iluminara los huecos de sus cuerpos con su espíritu.



   Pero no habría sido verdad. Daniel tal vez fuera un bebé robado, pero no de ese modo.

   Le entraban berrinches con la fuerza inesperada de las tormentas estivales: una agitación descontrolada acompañada de gritos y lágrimas, y de una violencia que podía estallar en cualquier momento y que solo descargaba contra los objetos inanimados. En sus rabietas ningún juguete estaba a salvo, ninguna puerta parecía indigna de una patada o un portazo; pero, por terribles que fueran, esos ataques eran raros y breves, y cuando llegaban a su fin, el niño parecía aturdido, como si le asombraran sus propias capacidades.

   Que la intensidad de sus momentos de alegría nunca alcanzara la de esas bajadas a las profundidades, bueno, no importaba, aunque a Holly le hubiera gustado que su hijo se sintiera un poco más en paz con el mundo, un poco menos en guardia. Tenía la piel demasiado fina y, fuera de unos pocos entornos familiares —su casa, la de su abuelo, los bosques—, se mostraba siempre cauteloso.

   Incluso detrás de la seguridad de las paredes de su propia casa había momentos y situaciones como esa, en las que un extraño temor lo dominaba, hasta el punto de que no podía quedarse solo, y únicamente encontraba tranquilidad en presencia de su madre, y si esta le contaba un cuento.

JOHN CONNOLLY - "La mujer del bosque" - (2018)


Imágenes: Lisa Ericson

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