Desapegos y otras ocupaciones.

lunes, 4 de septiembre de 2023

LIBRE DE TODA SOSPECHA


En esa época, él viaja bastante. Busca y ficha a especialistas, a los que él mismo llama «la escoria», antiguos combatientes, legionarios que han colgado el uniforme y se han pasado al crimen remunerado, y para él es muy difícil, porque encontrar a un buen profesional resulta poco menos que imposible, siempre hay algún pero. Hay poca gente eficaz en quien se pueda confiar de verdad.

   La idea se le ocurre en 1961. No sabe cómo, aunque es una obviedad. Una genialidad. ¿Qué mejor colaboradora que aquella viuda acomodada con un indiscutible pasado en la Resistencia? Se lo propone: a ella se le saltan las lágrimas. Primer trabajo, perfecto. El director de recursos humanos está muy contento. A partir de entonces, ya casi no se ven. Precaución básica. Compartimentación. Mathilde lo comprende.

   Hablan de vez en cuando, desde cabinas. Los trabajos se suceden, tres al año, cuatro, rara vez más. Algunos, en el extranjero.

   A veces Mathilde se lleva con ella a Françoise, su hija. La deja en la piscina del hotel, va a pegarle un tiro en la cabeza a una mujer que está inclinada buscando las llaves del coche, y regresa tan campante con bolsas de la compra y con regalos para llevar a París.

   En los últimos veinte años se han visto en tres ocasiones. Henri siempre atribuye esos encuentros al azar, como si el azar tuviera cabida en su vida. Coinciden en París en 1962 y en 1963, es un período complicado, hay que establecer protocolos nuevos. «Empezamos de cero», dice el director de recursos humanos. Sus representantes quieren ver a todos los proveedores, revisan los expedientes de todo el mundo… Hay gente a la que Henri no volverá a ver jamás, Mathilde, en cambio, pasa sin problemas. 



   Se reencuentran en 1970. Ella es una cincuentona espectacular, continúa teniendo esa figura grácil y esos andares tan suyos, la cintura se contonea ligeramente del lado de la pierna que se extiende, hay algo líquido en esa forma de moverse. Cenan en el Bristol. Mathilde está radiante. Para Henri es un misterio insondable. Dos días antes estaba en Fráncfort, misión urgente, ni un segundo que perder, la tarifa triplicada, el cliente estaba desesperado… De acuerdo, mandaremos a alguien, y quien se encarga es Mathilde. Entró en una habitación de hotel donde había tres personas —un hombre y dos mujeres—, tres balas en tres segundos, menos de cuatro minutos después está fuera, y el arma y el guante que la sostenía descansan en la papelera de recepción.

   —¡Pues cogiendo el ascensor! —responde a Henri, que le ha preguntado cómo pudo salir de allí sin problemas—. ¡No iba a bajar los cuatro pisos con tacones de aguja, ¿no?! —añade, riendo de buena gana.

   Está irresistible. Para Henri, es el gran día. Nunca ha tenido una sensación tan clara de que al fin va a pasar algo, de que van a decirse… Sin embargo, nada de nada. Cuando ella se subió al taxi para volver a casa, Henri se dijo tierra trágame. De eso hace quince años.

   Y cuanto más envejece ella, más perfecta demuestra ser su tapadera.

   Gruesa y lenta, con la vista no tan buena como antes, sudando en cuanto llega el calor, conduciendo a cincuenta centímetros del parabrisas, parece cualquier cosa menos lo que realmente es.

   Libre de toda sospecha.

   Hasta hace poco.

PIERRE LEMAITRE - "La gran serpiente" - (2021)


Imágenes: Viktoria Savenkova

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